lunes, 25 de marzo de 2013

Valle de Viadangos y Peña Esquina


“Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas desta noche, su estraño silencio, el sordo y confuso estruendo destos árboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeña y derrumba desde los altos montes de la luna, y aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oídos, las cuales cosas todas juntas, y cada una por sí, son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto más en aquel que no está acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras.”
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.

Este invierno parece que se ha tomado como objetivo no darnos oportunidad de disfrutar la nieve concedida, o al menos ponerlo difícil. No ha habido día que hayamos salido a la montaña que no hayamos que tenido que pelear contra las inclemencias.

Este fin de semana no iba a ser una excepción, agua constante, solo nos dejaba una opción: buscar una ventana de mejoría donde al menos se pudiera andar un poco y ver que se podía hacer.

La oportunidad se presentaba el sábado por la mañana, había que intentarlo, el ansia no nos permitía dejarla pasar para la siguiente, algo había que intentar.

El amigo de aventuras, como en otras ocasiones, Niblap, intrépido montañero, ya uno-gradista, donde los haya.



Dadas las circunstancias, el riesgo previsible, buscamos un lugar que nos permita cierta oportunidad para defensa de las inclemencias del cielo, porque claro está que el verdadero uno-gradista andante al sol, al frio, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, medimos todas las montañas con nuestros mismos pies.

El lugar elegido para esta ocasión era el Valle de Viadangos, donde el sosiego, el lugar apacible, la amenidad de sus campos y montañas, la “serenidad” de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al uno-gradista que le colmen de maravilla y de contento.




Los árboles destas montañas serán nuestra compañía, las claras aguas destos arroyos nuestros espejos, en la soledad de sus campos y así desta forma … porfiar y navegar contra las inclemencias de los cielos, en busca de alguna cumbre que hollar, sin desde un principio saber cual.

Viadandos, según la Real Chancillería de Valladolid, de 1.702, ´Villa de Angos´, lo que sería derivación del nombre latino ´Villa´, junto con su propietario o fundador, aunque también pudiera proceder de ´Vía´, camino, tanto en latín como en las lenguas célticas prerromanas, más ´angos´= angosto, aludiendo a lo accidentado del terreno.



Un gran circo de montes rodea el pueblo por los cuatro costados, con las cumbres de ´Cáscaro´, ´El Castiecho´, ´Las Cangas´ y ´El Forado´… geografía accidentada y bravía, que imprime carácter, configurando un pueblo pastoril, trashumante, de merineros ricos durante los siglos de la Mesta, y productor de una delirante legendaria, en las cuevas y fuentes que dan agua a sus regueros cristalinos de ´La Hoz´ y ´Fuentemerienda´.


Distancia recorrida: 14.50 km.
Desnivel acumulado: 896 m.



Háganse contar por alguno de sus seis vecinos, (que quedan en invierno) si se demoran en Viadangos, las tres leyendas del ´Castiecho´: Según las mismas, en la zona permanecen enterradas arcas de oro y veneno que custodia una serpiente, o quizás un rabadán merinero, o simplemente se llevaron unos gallegos segadores que abandonaron las guadañas sin tocar hierba, al avistar las ollas del tesoro.

Es Viadangos pueblo muy frío, dicen allí. El aire del puerto, cuando no la niebla, bajan a visitarlo y alimentan la sensación de soledad y de abandono, el substrato de magia en que se refugian los recuerdos, la legendaria de los países pastoriles.

Al inicio del camino, salida de Viadangos, la nieve presente nos marca la perseverancia de este invierno, un pequeño cementerio nos muestra la historia de este pueblo, curioso, el inicio de una ruta marcado por los finales de otras muchas.



Desde el principio una única esperanza nos acompañará durante todo el camino: ¿abrirá el cielo en algún momento? Las esperanzas dudosas han de hace al uno-gradista atrevido, pero no temerario, motivo por el cual no albergamos grandes esperanzas de tocar alguna cumbre.



Las raquetas serán nuestras acompañantes desde el primer momento, acompañantes que nos ayudan pero a la vez nos irán castigando, de forma paulatina, poco a poco, sin descanso.




De esta forma, de forma inicialmente muy distendida, alcanzamos la Carva los Gamones, desde donde el bosque de pinos de la ladera norte de la Sierra de Chagos despierta nuestra admiración. Este pinar parece ser las cuerdas vocales de las montañas que lo rodean. Así, el viento que pasa por él, emite imponentes susurros que parecen nacer de lo más profundo de las mismas.





Ladera y raquetas es una mala conjunción. Si tienes raquetas no quieres laderas, si tienes laderas odias las raquetas. Pero hoy no las podíamos dejar, amigas y enemigas, hubiera sido imposible avanzar medianamente por allí sin ellas, pero con ellas en aquella ladera era un sufrimiento.



De esta forma, previa elección entre Cueto Negro o Brazosa, alcanzamos el Alto del Cabachonal. La decisión estaba tomada, emprendemos camino hacia el Sur, por allí un cordal de cumbres, el que comprende el Palero, Tres Marías, Peña Esquina, la Brazosa … debe dejarnos tocar alguna, esperamos que nos de su benevolencia.



Así, procedemos a rodear el valle entre dos cordales que nos llevará al Collado de Carrió. Más ladera, eterna ladera con las raquetas. El día seguía sin darnos la anhelada oportunidad, pero no podíamos dejar de mantener la esperanza.

Llegados al collado, esto no tenía otra solución que llegar a alguna cumbre: buscar la pala de subida para alcanzar cima. En estos momentos pensamos que la que tenemos justo en frente es la Brazosa, y pensando en ella, emprendemos la subida a la misma. A estas alturas no la podíamos dejar allí, sin visitarla.




En los últimos 100 m., ya en el último resalte, cambiamos raquetas por pinchos, la cumbre está a tiro. Allí llegamos. Esta es de esas cumbres que tendremos que “volver a verla”, la verdad es que vimos poco, pero allí estuvimos. Visitamos ambas cumbres … ya que estábamos allí … no la íbamos a dejar (un verdadero uno-gradista nunca deja cumbre sencilla sin pisar).










Solo nos quedaba una cosa por hacer: volver, no sin antes haber dado buena cuenta del merecido reconstituyente, teniéndonos ambos por bien afortunados de haber merecido lo conseguido y de lo que habíamos sido testigos en el día de hoy.



A la vuelta, cual premio a nuestras fatigas, los fieros basiliscos de estas montañas parecen darnos su premio a la obstinación y perseverancia… levemente abre el tenue manto de nubes para mostrarnos cuanto a nuestro alrededor no habíamos podido disfrutar en la subida. De esta forma vemos los valles que nos rodean, la tenebrosa pared del Palero, otras cimas a nuestro alrededor. Bonito premio al esfuerzo realizado, había merecido la pena.










 Ya en el retorno, vamos observando que no habíamos estado solos por aquella zona durante este día, frecuentes huellas denotan que algunos más habían rondado la zona, si bien no tuvimos la fortuna de “tropezarnos” con ninguno de ellos, de ninguna otra forma nos hubiéramos visto.

Un poco más de ladera, y ración de raquetas cubierta para un tiempo.


Al final un bonito día que “arrancamos” a la montaña, donde nos trajimos lo que ninguno de nosotros hubiera esperado a primera hora de la mañana.



Una vez al calor hogareño, repasando lo realizado en el día, con la ayuda de nuestro amigo el “hippy ese”, puedo comprobar que la cima realizada había sido Peña Esquina, la tercera de las conocidas Tres Marías de Arbás, más occidental que la Brazosa, nuestra percepción inicial.

Trasgu, 2013.

PD: Kike … ¡cagón! (no quiso venir a acompañarnos, nos abandonó por un duro)