lunes, 10 de marzo de 2014

Macizo de Ubiña: el Canalón Oscuro

“Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos”
Anónimo, Cantar del Mio Cid.

9 de marzo de 2014.

De nuevo volvíamos al Macizo de Ubiña, de nuevo con Niblap y Stelvio, zona últimamente frecuentada con tan grata compañía.


Después de un tiempo sin pisar montaña por mi parte, ya había mono. El día se presentaba inmejorable, como en otras muchas ocasiones, fijo la salida con Niblap y Stelvio, salida sin punto final. Este, junto con el recorrido, como ya empieza a ser habitual, lo fijaremos allí mismo, en el Meicín, después de ver cómo está aquello, después de evaluar sensaciones.

Salimos desde Tuiza, previo reencuentro con tales buenos amigos, saludos, abrazos y preguntas por los que faltan. La subida desde Tuiza al Meicín nos sirve para ponernos al día unos a otros de todo aquello que últimamente ha venido aconteciendo en nuestras vidas. Afortunadamente parece que no nos podemos quejar, excepción hecha de esa promesa perdida para la causa, Kike… a quien empieza a ser complicado verlo en estos acontecimientos.

La subida desde Tuiza nos sirve, como siempre, para calentar. Uno se baja del coche calentín, todavía un poco ojeroso por el descanso que parece no haber abandonado del todo, hace el mayor esfuerzo del día por ponerse las botas, doblar el lomo en esos momentos cuesta, que grandes esfuerzos tiene que hacer uno por ir a la montaña, y, cuando lo que pretende es media horina relajada para ir tomando el ritmo, se encuentra con aquella ascensión mantenida al Meicín. Antes de salir del pueblo tienes el corazón a mil… si, como en mi caso, cenaste unas manitas de cerdo, evidentemente bien acompañadas, no sabes si tumbarte allí mismo o darte la vuelta, para volver de forma inmediata al lugar del que, en esos momentos, piensas no deberías haber salido. Cuanto tiene que penar uno, pero como dice un conocido… “no es fácil ser de León”.


 Poco a poco se te olvida, ya vas fijando tu atención más allá de las piedras que pisas, consigues recuperar la conversación que traías… vuelves a ser persona. De esta forma, cuando llegas al Meicín, has superado lo peor del día. Lo mejor está por llegar.


Allí solo nos queda decidir, ¿dónde vamos? Tampoco vamos a discutir mucho. La nieve no estaba para meternos en grandes florituras, hacía calor, los furacos eran habituales, te hundías de forma constante… que suplicio podría ser aquello. Así, como a una hora de distancia nuestra vemos a tres aguerridos montañeros abrir con el sudor de su frente una inmejorable huella, en esta ocasión en dirección al Canalón Oscuro. Era una señal del Señor… ese era el camino a seguir, tan magno esfuerzo no podía ser baldío… hoy estaba marcado nuestro destino: había que subir al Canalón Oscuro.



Ascensión acumulada: 1185 m.
Distancia: 8,87 km. 




Desde abajo la ruta se presenta atractiva. Yo no había subido nunca esta montaña, una muesca más. A Niblap, que si la había subido recientemente en compañía de otros ilustres uno-gradistas, no le importa repetir (esta es una característica que claramente determina la presencia de un uno-gradista, es capaz de subir tres veces seguidas la misma montaña y… disfrutarla). Stelvio disfruta como nadie del circo de las Ubiñas (a poca gente he visto con tanta admiración por la montaña… los días de bicicleta peligran), estando allí cualquier decisión le vale. La decisión está tomada… el Canalón Oscuro.


 La ascensión la verdad es que se hace un tanto penosa, buscando en todo momento las huellas de nuestros predecesores, como si nos fuera la vida en ello. Cuando en algún momento perdemos la huella, Niblap se pone como loco… “cagon mi mantu!!!”. Afortunadamente, en estos momentos de penuria es cuando aparece nuestra rozadora, esa máquina de batir nieve y abrir huella… Stelvio (que máquina!!!).




De esta forma nos plantamos a la entrada del Canalón, llega lo mejor del día. Ponemos pinchos (con algún complejo problema de ingeniería para encontrar la correcta colocación… “¡¡los pinchos para abajo!!”), sacamos piolos y para arriba. A disfrutar.



La ascensión del Canalón, zona totalmente desconocida para mi en el Macizo de Ubiña, se hace muy disfrutona, admirando las paredes que nos flanquean, lo que vamos dejando debajo, el inmejorable escenario que tenemos a nuestras espaldas y mirando constantemente arriba, esperando con ansiedad ver que hay detrás de aquel collado que se atisba allí arriba.





Alcanzado el collado, el panorama es espectacular: los Fontanes de frente, majestuosos, el Fariñentu a la derecha, retando a quien ose acercarse a su canal del Infierno, los Cintos, los Follos, cual muralla que cierra el paso al preciado botín de las Agujas de las Torres, escondidas detrás de ellos, sin olvidar a nuestras Ubiñas, omnipresentes en todo momento, vigilando todo lo que ocurre en sus dominios.


 Después de esos momentos de admiración y autocomplacencia, Niblap y Stelvio empiezan a preparar el descenso, en su intención de rodear hasta la Forqueta de los Portillines. Yo… miro pa’ca, miro pa’lla… “¿por dónde subo a la cima?”. No podía irme de allí sin la preciada cima, estaba allí mismo, un paso delicado, pero allí mismo. No me resisto a ello, los abandono 15 minutos y decido no dejarla allí, tengo que hacerla.





“¡¡Voy para baixo!!”, pongo en preaviso a Niblap, “¡¡qué eso es gallego!!”… estos asturianos… en cuanto salen a la montaña vuelven a sus más profundas raíces. De esta forma, después de haber alcanzado la cima y un sigiloso y respetuoso descenso, buscando o evitando “tapinos”, buscando donde clavar las puntas medianamente, me reincorporo al grupo. Ya en las faldas del Canalón Oscuro no puedo evitar echar una mirada arribar y contemplar esa bonita montaña que hasta hoy yo no había colocado en el mapa de las Ubiñas. Que contento vuelve uno (la Palazana también la miré… ya la tengo en la cabeza, algún día vendré a por ella).




Ya buscando sitio donde reponer fuerzas en una situación medianamente confortable, bajamos un poco a los Joyos de Cueva Palacios, donde, frente al espectáculo de los Fontanes, nos tomamos el merecido descanso. Allí Niblap y Stelvio aprovechan para jugar unos momentos a rapelar, poner alguna estaca, probar el ancla de nieve, vamos…esos momentos de juego que tanto nos gustan en la montaña.


Desde aquí, solo nos quedaba buscar la Forqueta de los Portillines, volver a cruzar al valle del Meicín y de la forma más cómoda posible, procurando no clavarse mucho en los furacos, alcanzar el hoy “sobrepoblado” (cosa nada habitual) refugio del Meicín, desde donde, tras haber disfrutada de esa merecida cervezuca), ya casi en situación de despedida, emprendemos en relajado descenso al punto de salida.




Otro gran día de montaña, regalado por la Ubiñas, en el que un pequeño grupo de uno-gradistas, que osaron volver a juntarse a sus pies, disfrutaron como enanos. Hasta la próxima.


Trasgu, marzo’2014