lunes, 10 de octubre de 2011

El comienzo ...

9 de octubre de 2011

“Pero con todo eso, yo me esforzaré a decir una historia, que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y esteme vuestra merced atento, que ya comienzo:” (Miguel de Cervantes, “Don Quijote de la Mancha”).

En la montaña hay sitios a los que se les tiene un especial cariño, a los que por muchas que vayas siempre te gusta y esperas volver. En mi caso hay tres sitios especiales: el circo de Peñalara, el circo de Gredos y Ubiña, que, como alguno decía…, “siempre me respetaron”.



Por otro lado, cuando uno tiene algo que valora, como puede ser ese cariño por las montañas, siempre le gusta transmitirlo a la gente que tiene alrededor, hasta el punto que intenta que aquellos puedan llegar a sentir algo parecido, o al menos imaginarlo, como si de esta forma estuviéramos devolviendo “ese respeto”.

Cuando la implicada es una niña de tres años… como te gustaría que algún día pudiera vivir lo que tú has vivido en estas montañas, como te gustaría que las disfrutara como tú las disfrutas, como te gustaría que las “respetara como ellas te respetaron”.



Este domingo, sin mucha planificación, se había generado una cita especial la pequeña Carmen intentaría visitar por primera vez el circo de Peñalara. Su retorno a esa montaña donde tantas cosas pasan en su vida. “Papa, papa … pero yo no se escalar … ¿voy a aprender? ¿con cuerdas?”.

Se animan a acompañarnos, su madre, inicialmente bautizada como la “locomotora de Castilla”, también conocida como “Memole”, y “Betty Cacerolas” freelander venida a menos. Lo de mantener a la niña en la montaña parecía fácil… lo referente a estas dos … podía ser al menos peligroso, con un alto riesgo de amotinamiento a la más mínima. Todo tenía que discurrir con “suavidad”.

El reto estaba echado.

No madrugamos mucho, pero tuvimos la suerte de que todavía nos dejaran aparcar en Cotos, no las tenía todas conmigo. Eso de no madrugar ya puso a Memole y Betty Cacerolas de nuestra parte, el día empezaba bien. No llovía, no hacía frio, había gente,… un bar cerca, parecía que al menos el día empezaría tranquilo, sin ese típico “no se qué hacemos aquí, con todo lo que tengo que hacer”. No había mucha confianza en mí, me la tenía que ganar, no era fácil.



Un bonito día nos recibe, solecito del bueno, de ese que se agradece, lo cual hace que ese momento de empezar a andar, cuando uno se baja del coche, pase inadvertido. Rumbo al Mirador de la Gitana una pregunta flotaba en el ambiente: “¿hasta cuándo dura la cuesta?”, menos mal que yo sabía que no era mucho, había mucho en juego.









Le pequeña Carmen, hace algún intento de subirse a la mochila, la tentación la tenía cerca, pero, esta vez con la gran ayuda de Memole, entre ánimos e historias de cuando Memole era pequeña, conseguimos que la subida sea una subida entretenida, divertida,… en muchos momentos no solo para la pequeña Carmen, también para aquellos, que a paso de niña de tres años, de forma calmada esperaban que les dejáramos paso en el pequeño sendero que nos llevará hasta el Circo. Más de uno se lo pensó dos veces antes de adelantarnos… hubiera seguido detrás “un poquito” más.













La pequeña Carmen, pronto se da cuenta que eso de “escalar” no es tan difícil, solo hay que poner un poco de empeño en ello y … subir para arriba como sea.









Así, buscando alguna ardilla, divisando alguna vaca,… llegamos al momento cumbre del día. La pequeña Carmen llega al Circo de Peñalara, tan “arregladito” como lo tienen, con esas tablitas para no molestar al “sapillo pintojo”, con esos escaloncitos tan bien puestos para no erosionar mucho la tierra. La pequeña Carmen tiene preguntas que hacer:

- Papa, papa, ¿esto son escalones?
- Si, de madera.
- Pues nunca había visto yo una montaña con escalones.

No había respuesta, mejor dejar pasar el momento y que todo quedara en el más profundo olvido.







Así, como sin habernos dado cuenta, después de observar el Zabala, esas paredes de Peñalara, sus canales,… como sin quererlo, estamos en la Laguna. Aquello parecía cualquier cafetería de la Gran Vía, cualquier día tienen que poner un turno-matic en el chozo de abajo, pero … siempre que voy a Peñalara pienso lo mismo, no podemos dejar que “esta muchedumbre” no distraiga de lo que siempre estuvo allí.

























Unos momentos en la Laguna, disfrutando de las vistas, indicando lugares, … con algún tentempié para aderezar el momento, como casi siempre culminado por ese traguín de orujo que tan bien sienta en esos momentos, traguín que a la pequeña Carmen se “lo perdonamos”, aunque también hizo ademán de participar en ello.







Pronto emprendemos el camino de regreso, esta vez por la senda que nos llevará algo más arriba del depósito, mucho menos transitada que la primera. Aquí surgen dudas… “¿estás seguro de que es por aquí? ¿por qué todo el mundo va por el otro lado?”, amago de amotinamiento que es cortado por los cacahuetes que todo el día habían estado centrifugando el estómago de Memole (como dice el otro gran uno-gradista… “en el fondo … es una santa”) y algún intento de aparición de los diversas lesiones acarreadas por Betty.








Así, ya de foma distendida, con alguna carrerina de emoción, fotos de emoción, momentos de autocomplacencia… llegamos a nuestro punto de inicio, donde, para celebrar este gran día unas irrenunciables cervecitas (junto a un consentido mosto en esta ocasión) acompañadas de choricitos, champiñón al ajillo, setas con pimientos, pinchos de tortilla, … vamos … todo lo que hiciera falta … ponen el punto y final a este bonito día. Ahora si … Memole y Betty estaban contentas. El día había sido perfecto (¡¡soy un campeón!!).







Ya tenemos una nueva uno-gradista, bautizada allí donde se bautizaron los grandes uno-gradistas (uno-gradistas hay muchos, pero grandes, lo que se dice grandes, solo hay dos, más la nueva incorporación de hoy tres), en la Laguna de Peñalara, por su parte no pude haber más ilusión… esperemos que estas montañas la respeten como a mí me han respetado (hasta el momento). Para las otras dos, aunque ambas hicieron méritos para ello, una por sus cacahuetes rebeldes y otra por sus “tullimientos”, … habrá que esperar alguna salida más para comprobar que no estaban “fingiendo” y así poder darles el carnet de uno-gradista, que no se llega a uno-gradista de cualquier manera. En la próxima prometo que les daré el carnet de uno-gradista (espero que haya próxima, donde Betty pueda lucir su equipín).



Esto no ha hecho más que empezar.

Trasgu, 2011