martes, 10 de noviembre de 2015

Aventura en la Pedriza


"Y pronto se promovió gran clamoreo a inmenso tumulto entre los troyanos, que acudían en tropel y admiraban la peligrosa aventura a que unos hombres habían dado cima, regresando luego a las cóncavas naves."
La Iliada, Homero.

19 de septiembre de 2015.

Nueva aventura para los pequeños…

Tocaba aquel lugar que ya lleva el encanto incorporado, aquel lugar donde no hace mucho campaban los bandoleros, aquel lugar de las mil figuras, mil lugares donde esconderse, mil recovecos, …



Muchas veces había estado por allí, pero esta vez era especial. Era la primera vez que Carmen y Diego, acompañados por la “Locomotora de Castilla” se adentraban en semejante lugar, haciendo frente a todos los riesgos que entraña tan maña aventura.

Los cuatro íbamos a la Pedriza, los cuatro íbamos a disfrutar de la aventura.

La curiosidad, las ganas de descubrir se imponen a todo. No hay límites, todo lo quieres ver, por aquí y por allí, cualquier piedra, cualquier árbol, el fondo de un río, detrás de un arbusto.



Como suele ser habitual en muchas ocasiones, salimos de Cantocochino, a través del pequeño puente de madera que da acceso a ese mundo de aventuras. Las vistas al valle de la Pedriza son espectaculares.

El trayecto corto, para ellos un mundo, la primera toma de contacto, desde Cantocochino al refugio Giner de los Ríos, allá donde el montañero descansa, repone fuerzas y vuelve a emprender el camino.

Durante el camino uno aprende a “seguir” un camino, un PR o un GR, aprende a buscar esas marcas que le permiten saber a uno por donde tiene que seguir sin perderse. El juego es fácil.




Mientras, constantes preguntas y respuestas, constantes historias y escuchas, nos van acompañando. Desde los siempre eternos lobos que viven en el bosque hasta las aventuras de bandoleros, la historia del Mierlo, desde el Cancho de los Muertos hasta su cruz, donde la leyenda cuenta que descansa.

Era el Mierlo, también llamado Mirlo por algunos, un cabrero que apacentaba su ganado en el tiempo que sucedió aquella tremenda historia: la del Cancho de los Muertos. No lo perderíamos de vista en toda la mañana …

Esta arriscada piedra era el refugio de una conocida cuadrilla de bandoleros que asolaba la comarca. En una de aquellas, secuestraron a la hija de un personaje importante de la corte madrileña para pedir un fuerte rescate. Es evidente que en las historias para niños siempre debemos contar con una “princesa” que admirar.

Entre jitos y marcas continúa la aventura.




Para no perder el tiempo, en ausencia de su jefe dos de aquellos buscavidas se enfrentaron ya que ambos querían ser el primero en abusar de la joven. La pelea terminó con la muerte de uno de los rivales.





Enterado el capitán a su regreso, mandó al superviviente arrojar por el abismo situado al pie de su guarida al muerto. Quería dar un golpe de autoridad al resto de la tropa, de manera que cuando el bandido obedecía el mandato, le empujó tras el cadáver al grito de "la muerte es el castigo para quien quiere apropiarse de lo que se le ha encomendado".

Viéndose condenado, el infortunado se agarró a la pierna de su capitán, arrastrándole con él al precipicio. Consternados, los bandidos que quedaban se dispersaron por la sierra.

Ya llegando al refugio, parecen encontrar los animales que estos bandoleros utilizaban para desplazarse por tan agreste tierra, nada mejor que dos burros para tan maña empresa. Hay que saludarlos, no podemos dejar pasar la oportunidad. Incluso procedemos a un riguroso reparto: “Este es el mío, este el tuyo”.





Hasta aquí lo conocido de la leyenda. Ahora viene el desenlace. Abandonada por sus captores, la joven vagó durante un tiempo perdida por los laberintos pedriceros. Allí la encontró más muerta que viva el Mierlo, quien la socorrió, llevándola a la Corte con su familia.

¿Quien dice que no fue en la casa que hoy alberga el refugio donde el Mierlo pudo darle cobijo? Solo es cuestión de dejar un poco a la imaginación … café y chimenea no le faltaba.
Quisieron los padres de la dama recompensar a aquel hombre que les devolvió la hija que creían ya perdida. Hasta su propia casa le ofrecieron en señal de agradecimiento. Pero el buen cabrero rechazó todo y volvió con sus cabras que había dejado en el monte.

Ya en el refugio, el hambre se había adueñado de los allí presentes. Hoy no había pan duro, todo estaba rico, no había problemas. Con las Buitreras como escenario y sus habitantes encima de nuestras cabezas podemos dar buena cuenta de las viandas hasta allí portadas. Incluso, la Locomotora podrá disfrutar de ese gran cafecito calentito imposible de imaginar en ese entorno.




Hombre sabio como los de su estirpe, el Mierlo sabía que la elemental existencia con su hato de cabras era la mejor de las fortunas. Pero la vida en ocasiones se muestra cruel y así lo fue con el infortunado cabrero.

De tan insigne día había que dejar constancia escrita, no podía quedar en el olvido, para lo que el libro de piadas del refugio nos ofrece una oportunidad única.



De vuelta a sus soledades, al poco apareció muerto en su majada favorita. Cuenta la leyenda que lo mató alguno de aquellos bandidos, en venganza por rescatar a su precioso rehén. Un piadoso compañero trazó con piedras una elemental cruz, que se mantiene acostada en el suelo donde cayó, junto al arruinado chozo que tantas noches le dio cobijo.

Hoy habíamos visto el Cancho de los Muertos, en otra ocasión habremos de visitar la cruz.

Solo nos quedaba afrontar el retorno, salvando todos los riesgos que uno se puede encontrar en ese “intrépido” camino, tratando de llegar los cuatro sanos y salvos al punto de partida. Todavía quedaba algún riesgo que lidiar, nunca mejor dicho, alguno lo hubiera intentado, y algún camino que buscar.







Bonito día de aventuras, donde por primera vez tres nuevos aventureros se adentran en la Pedriza, imposible tener mejor compañía. Muchas aventuras quedan por vivir.

Trasgu' 2013

domingo, 21 de junio de 2015

Cresterío Siegalavá Tapinón




“Padre Zeus y los demás dioses felices que vivís siempre, castigad ya a los compañeros de Odiseo Laertíada que me han matado las vacas ¡obra impía! con las que yo me complacía al dirigirme hacia el cielo estrellado y al volver de nuevo hacia la tierra desde el cielo”
La Odisea, Homero.

20 de junio de 2015

En esta ocasión, como en otras muchas, no estaba decidido de antemano el destino final. Como en otras muchas ocasiones barajamos distintas opciones, distintos objetivos, distintos rumbos.

También, como en otras muchas ocasiones, la salida queda prefijada en Tuiza, puerta asturiana al Macizo de Ubiña, tan nombrado y recorrido en innumerables salidas. Desde aquí se ponen en liza distintas rutas.

En mi caso, existía una ruta pendiente desde hace años. Una de esas rutas que siempre has querido realizar pero que, por unos motivos u otros, nunca llegaste a realizar, dejándola siempre para otro día, pero sin olvidarte de ella, quedando siempre pendiente.
 


Se trata del cresterío entre el Siegalavá y el Tapinón, con las dos cumbres, así nombradas, que la flanquean a ambos extremos. Contemplada en una gran cantidad de ocasiones desde cualquiera de las montañas de Ubiña, siempre se presentaba atrayente, siempre la observé con el ansia de algún día acercarme a ella, preguntando en infinidad de ocasiones por ella, siempre quedó en mi cabeza como una de las rutas que tenía que realizar.



Distancia: 8.61 km.
Ascensión acumulada: 1213 m.





Cual entrada a un reino fastuoso, el Siegalavá y el Tapinón conforman dos torreones, a los que todo aquel que alguna vez accede o sale de este reino, por su entrada asturiana por Tuiza, gira la cabeza para contemplarlos, ya sea todavía en los primeros pasos mañaneros al amanecer, ya sea en los últimos del atardecer, en ambos casos en la tranquilidad que confiere el inicio o final de cualquier día de montaña.

Entre ambos torreones, cual muralla que guarda el acceso, una escarpada e imponente cresta une ambos extremos, con ariscos picachos cual almenas desde los que parece querer controlarse a todo aquel que entra o sale de la zona. Se trata del cresterío Sigalavá-Tapinón, una de esas rutas marcadas entre las deseadas por cualquiera que se moleste en conocer mínimamente este macizo de Ubiña.

Allí, a la entrada del Reino de Ubiña nos plantamos cuatro ya habituales (con alguno al que se le echó en falta) por el mismo. Niblap, Pedro, Ro y el que suscribe, Trasgu, volvemos a citarnos para “hacer algo” … esta mañana consigo convencerlos para hacer el cresterío Siegalavá Tapinón. Allá emprendemos rumbo, el día prometía.


Por facilitar la ascensión, decidimos hacerla en contra de lo que suele ser habitual, en el sentido Tapinón Siegalavá, la subida se presentaba más tendida, nos permitiría llevar mejor esas conversaciones iniciales de cualquier mañana montañera, sin perder el aliento a las primeras de cambio. Al final del día lo pagaríamos.

 
Con un día excepcional, soleado, sin calor abusivo, emprendemos camino por las verdes laderas del Siegalavá, dejando el mismo a nuestra izquierda, mirando de reojo en que debía ser el destino final del día, después de haber cruzado todo lo necesario. La cresta va quedando igualmente a nuestra izquierda.


El inicio se hace muy agradable, entre vacas, novillos y terneros, acompañados en algunos momentos por paisanos de lugar intentando guiar sus caballos y potros al frescor de la altura, cruzando las verdes praderas donde van muriendo las laderas, todo es bucólico. Con el panorama ya comentado a la derecha, con la Mesa y la Tesa (a donde otro día tendremos que dirigirnos) a la derecha y la imponente Ubiña a nuestras espaldas, y la grata compañía, poco más se le podía pedir a la situación.


A los pies del Tapinón, decidimos “acortar” algo el camino y dirigirnos directamente a las laderas que darán acceso a su cumbre. En lugar del normalmente descrito rodeo a los Camparones, buscamos la ascensión por un cómodo y entretenido corredor que rápidamente nos deja en la cuesta que conforma la subida al Tapinón.


Esta subida es de esas que uno tiene que tomarse con paciencia, vulgarmente denominada “cuesta de vacas”, con la cima a la vista en todo momento, tendida, sin dificultad, constante hasta la extenuación, la cual parece no acabar nunca, tediosa y laboriosa … vamos de esas que uno nunca quiere realizar pero que no te queda otra opción. La incluiremos en ese conjunto de subidas donde ya tenía metidas los míticos Barrerones en Gredos, el indolente Ocejón de la Sierra de Ayllón o Dos Hermanas en Guadarrama. Todas ellas… “grandiosas” subidas (uuufff!!).



De esta forma, y trantando de disfrutar del bonito día que nos han regalada para hoy, alcanzamos el Tapinón, “lo peor ya había pasado”. O al menos eso creíamos.



 


Desde aquí, la cresta hasta el Siegalavá se puede describir espectacular. Con imponentes paredones, vacíos y caídas, que te hacen “levantar las orejas” en todo momento, caídas que en algunos pasos quedan a escasos centímetros de tus botas, pasos de esos que no tienen grandes dificultades, pero en los que piensas … “aquí no te puedes caer”, riscos que trepar y bajar, pasos de esos de … “¿dónde pongo ahora el pie?”, roca descompuesta que le da “más emoción” al asunto, cuidando mucho donde agarras, donde apoyas la bota, y … como no … ese pequeño escalón, 4+, que le da el punto álgido al día, en nuestro caso de destrepe, dos pequeños rápeles que disfrutar. Vamos… una de esas rutas de las que gustan, de las dan emoción al día, de esas que gustan, de las que recuerdas para la posteridad, de las que cuando te pregunten por Ubiña, nombrarás a la gente.
















De esta forma, admirando y disfrutando de todo el cresterío, sin incidencia alguna salvo un pequeño rodeo innecesario por no encontrar el paso, justo después de haber terminado los rápeles, alcanzamos para gloria y autocomplacencia de todos los allí presentes la cumbre del Siegalavá, donde de forma distendida, después de haber disfrutado de los bonitos buzones de cumbres allí instalados, después de las fotografías de rigor, disfrutamos de ganado y merecido almuerzo donde, evitando los mosquitos que atacan a unos más que a otros (nunca os pongáis camiseta naranja si los vais a tener cerca), admiramos la grandiosa vista de la que desde allí podemos disfrutar.





 “Solo” quedaba volver, “Solo” quedaba bajar de allí, Tuiza estaba a la vista, nos creíamos que el día estaba echado. Alguno de nosotros, incluso se permite el lujo de mandar fotos de la Cubilla a los no presentes.



“Lo que prometía ser un bonito fin de semana se convirtió en un infierno”. Esta vez se cumplió. Que descenso, que descenso. Nunca en mi vida me había tocado descender nada igual. Desconozco si existe senda de descenso o no, nosotros la perdimos rápido. A partir de aquí, una disputa constante con la montaña sobre dónde poner el pie, constantemente apoyado en una mano, en otra, en el bastón, con la tercera pierna (para los mal pensados… el culo), constantemente desequilibrado, levantándonos una y otra vez, sin descanso alguno durante algo más de dos horas,… extenuante. Unido el calor, que a estas horas apretaba bien, metidos en aquella olla, donde el aire no circulaba en ningún sentido, ¡¡un auténtico infierno!!. Nunca, o al menos no recuerdo, había hecho en mi vida un descenso tan incómodo. Ahora me explico porque todo el mundo hace esta ruta al revés: Siegalavá-Tapinón, en lugar de Tapinón-Siegalavá. Habíamos pagado nuestro precio, yo … destrozado, alguno los pantalones.



Es de destacar que, durante el descenso, Niblap, quien, cual indio arapajoe, de prestigio demostrado y reconocido, hace esfuerzos inhumanos por encontrar algún rastro de senda, algo que parezca haber sido pisado por alguien, tema que algún día tendremos que tratar, el concepto de “senda”, homologo al concepto de “jito”, donde lo jodido que estés incrementa exponencialmente las opciones de que cualquier cosa te parezca una senda, o un “jito”. “¿Vale esto como jito?”, “¿vale esto como senda?” … la respuesta será muy distinta dependiendo de tu situación. Aquí todo parecía una senda, aunque se perdiera 3 metros más adelante. Digno de estudio y análisis psicológico.



Un bonito día, una deuda saldada, gran ruta la realizada y grata compañía … a pesar de ese pequeño “infierno”, lo pasamos en grande.

Trasgu’2015.

Fotografías de Pedro, Niblap y Tragu.