“Padre Zeus y los
demás dioses felices que vivís siempre, castigad ya a los compañeros de Odiseo
Laertíada que me han matado las vacas ¡obra impía! con las que yo me complacía
al dirigirme hacia el cielo estrellado y al volver de nuevo hacia la tierra
desde el cielo”
La Odisea,
Homero.
20 de junio de 2015
En esta ocasión,
como en otras muchas, no estaba decidido de antemano el destino final. Como en
otras muchas ocasiones barajamos distintas opciones, distintos objetivos,
distintos rumbos.
También, como en
otras muchas ocasiones, la salida queda prefijada en Tuiza, puerta asturiana al
Macizo de Ubiña, tan nombrado y recorrido en innumerables salidas. Desde aquí
se ponen en liza distintas rutas.
En mi caso,
existía una ruta pendiente desde hace años. Una de esas rutas que siempre has
querido realizar pero que, por unos motivos u otros, nunca llegaste a realizar,
dejándola siempre para otro día, pero sin olvidarte de ella, quedando siempre
pendiente.
Se trata del
cresterío entre el Siegalavá y el Tapinón, con las dos cumbres, así nombradas,
que la flanquean a ambos extremos. Contemplada en una gran cantidad de
ocasiones desde cualquiera de las montañas de Ubiña, siempre se presentaba
atrayente, siempre la observé con el ansia de algún día acercarme a ella,
preguntando en infinidad de ocasiones por ella, siempre quedó en mi cabeza como
una de las rutas que tenía que realizar.
Distancia: 8.61
km.
Ascensión
acumulada: 1213 m.
Cual entrada a un
reino fastuoso, el Siegalavá y el Tapinón conforman dos torreones, a los que
todo aquel que alguna vez accede o sale de este reino, por su entrada asturiana
por Tuiza, gira la cabeza para contemplarlos, ya sea todavía en los primeros
pasos mañaneros al amanecer, ya sea en los últimos del atardecer, en ambos
casos en la tranquilidad que confiere el inicio o final de cualquier día de
montaña.
Entre ambos
torreones, cual muralla que guarda el acceso, una escarpada e imponente cresta
une ambos extremos, con ariscos picachos cual almenas desde los que parece
querer controlarse a todo aquel que entra o sale de la zona. Se trata del
cresterío Sigalavá-Tapinón, una de esas rutas marcadas entre las deseadas por
cualquiera que se moleste en conocer mínimamente este macizo de Ubiña.
Allí, a la
entrada del Reino de Ubiña nos plantamos cuatro ya habituales (con alguno al
que se le echó en falta) por el mismo. Niblap, Pedro, Ro y el que suscribe,
Trasgu, volvemos a citarnos para “hacer algo” … esta mañana consigo
convencerlos para hacer el cresterío Siegalavá Tapinón. Allá emprendemos rumbo,
el día prometía.
Por facilitar la
ascensión, decidimos hacerla en contra de lo que suele ser habitual, en el
sentido Tapinón Siegalavá, la subida se presentaba más tendida, nos permitiría
llevar mejor esas conversaciones iniciales de cualquier mañana montañera, sin
perder el aliento a las primeras de cambio. Al final del día lo pagaríamos.
Con un día
excepcional, soleado, sin calor abusivo, emprendemos camino por las verdes
laderas del Siegalavá, dejando el mismo a nuestra izquierda, mirando de reojo
en que debía ser el destino final del día, después de haber cruzado todo lo
necesario. La cresta va quedando igualmente a nuestra izquierda.
El inicio se hace
muy agradable, entre vacas, novillos y terneros, acompañados en algunos
momentos por paisanos de lugar intentando guiar sus caballos y potros al
frescor de la altura, cruzando las verdes praderas donde van muriendo las
laderas, todo es bucólico. Con el panorama ya comentado a la derecha, con la
Mesa y la Tesa (a donde otro día tendremos que dirigirnos) a la derecha y la
imponente Ubiña a nuestras espaldas, y la grata compañía, poco más se le podía
pedir a la situación.
A los pies del
Tapinón, decidimos “acortar” algo el camino y dirigirnos directamente a las
laderas que darán acceso a su cumbre. En lugar del normalmente descrito rodeo a
los Camparones, buscamos la ascensión por un cómodo y entretenido corredor que
rápidamente nos deja en la cuesta que conforma la subida al Tapinón.
Esta subida es de
esas que uno tiene que tomarse con paciencia, vulgarmente denominada “cuesta de
vacas”, con la cima a la vista en todo momento, tendida, sin dificultad,
constante hasta la extenuación, la cual parece no acabar nunca, tediosa y
laboriosa … vamos de esas que uno nunca quiere realizar pero que no te queda
otra opción. La incluiremos en ese conjunto de subidas donde ya tenía metidas los
míticos Barrerones en Gredos, el indolente Ocejón de la Sierra de Ayllón o Dos
Hermanas en Guadarrama. Todas ellas… “grandiosas” subidas (uuufff!!).
De esta forma, y
trantando de disfrutar del bonito día que nos han regalada para hoy, alcanzamos
el Tapinón, “lo peor ya había pasado”. O al menos eso creíamos.
Desde aquí, la
cresta hasta el Siegalavá se puede describir espectacular. Con imponentes
paredones, vacíos y caídas, que te hacen “levantar las orejas” en todo momento,
caídas que en algunos pasos quedan a escasos centímetros de tus botas, pasos de
esos que no tienen grandes dificultades, pero en los que piensas … “aquí no te
puedes caer”, riscos que trepar y bajar, pasos de esos de … “¿dónde pongo ahora
el pie?”, roca descompuesta que le da “más emoción” al asunto, cuidando mucho
donde agarras, donde apoyas la bota, y … como no … ese pequeño escalón, 4+, que
le da el punto álgido al día, en nuestro caso de destrepe, dos pequeños rápeles
que disfrutar. Vamos… una de esas rutas de las que gustan, de las dan emoción
al día, de esas que gustan, de las que recuerdas para la posteridad, de las que
cuando te pregunten por Ubiña, nombrarás a la gente.
De esta forma,
admirando y disfrutando de todo el cresterío, sin incidencia alguna salvo un
pequeño rodeo innecesario por no encontrar el paso, justo después de haber
terminado los rápeles, alcanzamos para gloria y autocomplacencia de todos los
allí presentes la cumbre del Siegalavá, donde de forma distendida, después de
haber disfrutado de los bonitos buzones de cumbres allí instalados, después de
las fotografías de rigor, disfrutamos de ganado y merecido almuerzo donde,
evitando los mosquitos que atacan a unos más que a otros (nunca os pongáis
camiseta naranja si los vais a tener cerca), admiramos la grandiosa vista de la
que desde allí podemos disfrutar.
“Solo” quedaba volver, “Solo” quedaba bajar de
allí, Tuiza estaba a la vista, nos creíamos que el día estaba echado. Alguno de
nosotros, incluso se permite el lujo de mandar fotos de la Cubilla a los no
presentes.
“Lo que prometía
ser un bonito fin de semana se convirtió en un infierno”. Esta vez se cumplió.
Que descenso, que descenso. Nunca en mi vida me había tocado descender nada
igual. Desconozco si existe senda de descenso o no, nosotros la perdimos
rápido. A partir de aquí, una disputa constante con la montaña sobre dónde
poner el pie, constantemente apoyado en una mano, en otra, en el bastón, con la
tercera pierna (para los mal pensados… el culo), constantemente desequilibrado,
levantándonos una y otra vez, sin descanso alguno durante algo más de dos
horas,… extenuante. Unido el calor, que a estas horas apretaba bien, metidos en
aquella olla, donde el aire no circulaba en ningún sentido, ¡¡un auténtico
infierno!!. Nunca, o al menos no recuerdo, había hecho en mi vida un descenso
tan incómodo. Ahora me explico porque todo el mundo hace esta ruta al revés:
Siegalavá-Tapinón, en lugar de Tapinón-Siegalavá. Habíamos pagado nuestro
precio, yo … destrozado, alguno los pantalones.
Es de destacar
que, durante el descenso, Niblap, quien, cual indio arapajoe, de prestigio
demostrado y reconocido, hace esfuerzos inhumanos por encontrar algún rastro de
senda, algo que parezca haber sido pisado por alguien, tema que algún día
tendremos que tratar, el concepto de “senda”, homologo al concepto de “jito”,
donde lo jodido que estés incrementa exponencialmente las opciones de que
cualquier cosa te parezca una senda, o un “jito”. “¿Vale esto como jito?”,
“¿vale esto como senda?” … la respuesta será muy distinta dependiendo de tu
situación. Aquí todo parecía una senda, aunque se perdiera 3 metros más
adelante. Digno de estudio y análisis psicológico.
Un bonito día,
una deuda saldada, gran ruta la realizada y grata compañía … a pesar de ese
pequeño “infierno”, lo pasamos en grande.
Trasgu’2015.
Fotografías de
Pedro, Niblap y Tragu.
Que guapo ese cresterío (que no he realizado y solo admirado desde las cumbres). Totalmente de acuerdo con la subida al Tapinón. Una ladera interminable y aburrida como ella sola. Y sobre un descenso de esos, en los que todo vale como senda y/o jito, recuerdo un descenso del Camperón en medio de la niebla, sin ver tres en un burro, ni track que nos guiara, en donde alguno de los de cabeza fabricaba jitos a medida "para que la gente baje más tranquila" y donde las boñigas se convirtieron en el mejor jito que pudimos encontrar ya que, "si por aqui bajó una vaca, bajaremos nosotros", ja, ja.
ResponderEliminarBuena crónica, como siempre.
Un saludo
Si, por supuesto, no se te olvidó realizar actividad montañera de nivel, tampoco se te olvidó escribir...............bien. Da gusto....!!! Saludos ;-)
ResponderEliminar