martes, 2 de octubre de 2012

Almanzor 2012, historia de un reto

El Almanzor, una de esas montañas con nombre que tanto atraen, muy a pasar de los montañeros. Que se defiende lo justo y gradualmente, en una experiencia plena que cada uno adapta a sus gustos. Que mantiene ese encanto de las montañas legendarias que uno rememora con los amigos, y evoca en el descanso. Ubicada en un entorno extraordinario, el Almanzor es una montaña forjadora de carácter y espíritu montañero que perdura.

Esta vez era una ocasión muy especial. El grupo lo formábamos nueve montañeros dispuestos a pasar un fin de semana con el objetivo puesto nada menos que en el Almanzor. Una experiencia nueva para algunos, y un reto para todos (que dicho en plan Calleja ya cansa).
El Almanzor era ya un conocido por algunos de notros, y por ello sabíamos que era un objetivo poco despreciable. No se trataba de una excursión de campo, sino que era algo que hay que planificar. Pero además, en esta ocasión el grupo era la verdadera incógnita. No nos conocíamos, éramos amigos de amigos, y en algún caso estos lo eran de amigos, y eso siempre añade variables sin control. Por si la montaña y el grupo eran poco, se añadía el dormir en un refugio de montaña, con sus literas, su dieta montañera y sus baños no válidos para hedonistas.

Nuestro plan, al más puro estilo uno-gradista, tenía tres fases, las dos ya conocidas de (1) subir to’ pa’rriba, tras lo cual sería la de (2) bajar to’pa’bajo, y en este caso una tercera que era el añadido de (3) tomar un chuletón. Todo un plan!!.



La ruta en datos.
  • Distancia: 22.5 km
  • Desnivel: 1350m
  • Duración: la ruta se hizo en dos días. Día 1. entrada y cima. noche en el efugio. Día 2. Salida por los Barrerones
  • Dificultad: media por las trepadas para llegar a la cima. Mejor no tener vértigo.
  • Agua: En las fuentes de los Cavadores y de los Barrerones, en el refugio Elola. Los cursos de agua de superficie pueden no ser aptos.
  • Fotos: Galería J. Messnertegui (Buscasombras), que contiene fotos Amelia, AnaV, Esther, Manuel, Mario, Vanesa y del autor de la galería.








La ruta 
El sábado entraríamos en el circo, dejaríamos lo que no necesitásemos en el refugio y haríamos cima. A la vuelta cenaríamos y dormiríamos en el refugio. El domingo reservábamos como opción subir al Morezón directos desde la laguna, pero como había cierto riesgo de tormentas manteníamos también en la opción de intentar cima el domingo.

La previa
Con el fin de salir el sábado un poco más conocidos y frescos, quedamos la tarde noche del día anterior en Hoyos del Espino. Los mensajes de salida y llamadas de coordinación se sucedían pero, cómo son las cosas, después de encajarlo todo “ajustando” un problema en el trabajo, el coche decide que ese viernes ha de pasarse un par de veces por el taller. Así que, con toda mi ansiedad pude ver como llegaban los colegas a Hoyos mientras nosotros no lográbamos salir de Madrid.
Llegamos a Hoyos entre unos cuantos “me he dejado…” y “recuérdame mañana…” mientras Esther nos describía, whatsapp en mano, el menú de la cena, a la que llegamos saliendo ya los primeros platos.
Ojito a las migas que estaban deliciosas.



Pronto entráramos en “modo montaña”. El tema de vez en cuando daba espacio para algún ¿Cuánto?, unos ¿Cómo? Y tímidos ¿Cuándo nos levantamos?. Llenos de emoción yo no podía evitar soltar algún sucedido o recuerdo pasado. Pero lo mejor era lo de levantarse al desayuno de las 7:30.
Tras los postres, no menos dignos de admiración, surge el meritorio plan de estirar las piernas y tomar unas copillas. Eran las 12h de una noche fría que nos llevó a un animado bar con una buena carta de ¿ginebras?.
Al regreso surgieron también, pero esta vez de manera nada meritoria, planes de retrasar el desayuno, o lo que fuera necesario, para dormir un poquito más. Por suerte el hostal dormía ya. Hasta hubo un: Pero si dice la “señora” que a esas horas es muy pronto.
Nada, mejor. Por suerte no había opción a cambiarlo.
El sábado se demostraría que el madrugón era necesario.

Día de cumbre
Suena el despertador. Con suerte y gran trabajo nos levantamos. Las duchas en las habitaciones. Voces de apremio y sueño. Ya en el comedor, mientras nos vamos incorporando, sin saber como, logro chocar con una hilera de sillas. Con todas y cada una ellas.
En la calle notamos ese fresquecito de Gredos en nuestros cuerpecitos, pero el Almanzor resplandece en el horizonte, acompañado del Cervunal y de la Galana. Nieblas en los valles, sol en las alturas auguraban un buen día de montaña.
Apremiando un poco salimos y recorremos esos kilómetros que, de no ser por que se interponen entre nosotros y nuestro objetivo, serían de disfrute. Llegamos a la Plataforma y veo, como me temía, que está bastante llena de coches.
Aparcamos cerca unos de otros y salimos a desperezarnos como perrillos para la caza. Nos calzamos. Se escuchan conversaciones. Nos gritamos de coche a coche. Oímos con nitidez una voz ilusionada que dice: “Qué bonito. Que carita. Mira qué monada. Si parece bambi”.
Palabras que hacen que Mario, el Funambulista de El Barraco, se interesara y fuera a echar un vistazo. A su regreso de detrás de una peña y con un manotazo al aire hacia atrás exclama: “Si esto lo cuento…. Pero si es un choto!!.”
Ya con la mochila logramos, todo un éxito, salir del aparcamiento tras un par de “fotos del antes”. Son las 9h.

La subida al Prado de las Pozas y luego a los Barrerones se hace animada, con intercambios de personas entre grupitos, lo que hace distintas y variadas conversaciones. El sendero está muy poblado. Delante, detrás, y con nosotros, sube una infinidad de montañeros. Pero antes de la fuente de los Cavadores surgen las primeras rozaduras en los pies que luego requerirían intenciones en la Hoya Antón.




En esta zona de produce uno de los momentos más gratos, cuando la senda nos muestra el Almanzor, y un poco más tarde la Laguna Grande de Gredos. La magnitud de las dimensiones del paisaje que se contempla desde este punto son difíciles de ser apreciadas. Cuesta trabajo atinar con el refugio.
El circo nos recibía con unos colores esplendorosos.









Comienzan a parecer las primeras nubes de acumulación en las caras surestes. Vamos a tener que vigilarlas.
Llegamos al refugio y nos preparamos ansiosamente para subir. Son las 12:30 y todavía tenemos el margen de 2h que nos habíamos planteado para hacer la cima. La moral del grupo era alta. AnaV, que llegaba con la idea de parar en el refugio, decidió seguir pa’rriba.
Emprendemos la subida buscando el sendero. Yo hacia unos cuantos años que solo visitaba el circo en enero, cubierto de nieve, por lo que para encontrar el camino confiaba en Manuel, que había estado en la zona el julio. Este tramo está surcado de veredas y cubierto de hitos. Encontrar la mejor ruta es complejo, aunque no peligros.
Se deja el sendero a las Agujas Rojas, el de subida a la Galana, la Canal de los Geógrafos,… . Directos a la Portilla Bermeja. Y ya en la Hoya Antón “disfrutamos” de los primeros bloques rocosos, aperitivo de lo que vendría.










Éramos un grupo grande. Entre los primeros y los últimos cambiaba la zona de paso, por unas piedras unos y por otras otros, lo que me llevó a recibir algunas amenaza de AnaM, a quien me une un contrato de por vida.
En la portilla nos cruzamos con mucha gente. Mucha, mucha gente, que nos informa de colas para hacer la cima. Parece que nos va a venir bien un poco de retraso. Y en esto que AnaV empieza a no encontrarse a gusto. Se preocupa por el descenso. No se siente confiada.
Porfiando un poco llega casi a la Portilla del Crampón, pero está en uno de esos momentos en los que el coco dice que no y se pregunta, ¿Por qué me he metido yo aquí, con lo a gustito que estoy en casa?. En la montaña todos hemos tenido un rato así, y sabemos de qué va.
Interrogamos a unos y a otros para ver si la convencemos con datos, con hechos, hasta que un dispuesto montañero, con cara de estar escapándose, la anima diciendo “Es muy fácil. Lo malo es la bajada”. Tras lo cual le damos las gracias efusivamente, deseándole lo mejor. Vanesa se ofrece a acompañarla, y juntas empiezan el descenso.
Nos reagrupamos poco antes de entrar en la portilla del Crampón llenos de pena de la despedida pero centrados en la enorme escombrera que tenemos por delante. El Funambulista mira con escepticismo el paisaje y sus propios pies. Amelia resopla ojiplática, pero sigue subiendo animada por Manuel. Y continuamos con el plan to’pa’rriba, cada uno a su ritmo. Esther y Mario se destacan. La una por ganas de subir, el otro por ganas de terminar. Poco a poco se vuelve más callado, más reconcentrado. No le gustan las alturas y empieza a sentirse “alto”. Las rocas comienzan a estar sucias de arena.















Para salir de la portilla se suceden las escenas más épicas del grupo. Los siete nos aferramos a la resbaladiza roca arenosa buscando puntos de agarre y muescas donde encajar un pie. Mario decide incrementar su contacto con la roca. Se ciñe a cada superficie, adaptando la forma de su espalda a las irregularidades del terreno. Buscas adherencia pegándose como una estampa: con su espalda, sus piernas, su cabeza, sus brazos, y otras partes del cuerpo. Es como si temiera ser succionado al fondo del circo. Y lo más preocupante, sigue mudo.
Un par de socorros de Ana, tres uy!! de Esther, y salimos a ver las “sobrecogedoras” Canales Oscuras y el Cuerno del Almanzor. Solo ese espectáculo ya hace que merezca la pena el esfuerzo.
Allí, para evitar el típico desconcierto de identificar la cima verdadera busco una mejor perspectiva, y decido destrepar unas rocas hasta el col. que hay entre el Almanzor y el Cuerno. No hay duda. Regreso y me acerco a dar la buena nueva. Decidimos continuar Ana, Esther, Antonio y yo.







Con unos saltitos y unas pocas manos en las rocas nos ponemos debajo de la cima buscando por donde trepar. Ya hace años, y veces, que he subido, y esta vez no me resultan familiares los agarres. Debiera desaprender (pabro estúpido puesto de moda por la publicidad) el camino que seguí hace ya 11 años. Siempre me lleva a una trepada muy expuesta que en otra época hice sin pensar en las posibles repercusiones de una caída. Ahora me toca hacerla de nuevas.
Busco. Desciendo. Pregunto (en el Almanzor uno no está solo). Lo intento por donde creo que es, y me enrisco tras un paso muy expuesto. Destrepo. Miro de nuevo desde abajo. Y me lanzo a una trepada un poco más a la derecha y más arriba, que me acerca a la trepada de la cima, la única que reconozco, pero para la que me quedan antes otras dos buenas trepadas de más de 2 metros cada una.
Llega Antonio, que ayuda a Ana en uno de sus socorros llevando su mochila. Se acerca Esther. En ese punto dejamos las mochilas.
Tanteamos, miramos agarramos la roca. Tras un breve análisis Ana se acerca, pregunta y mira mientras intento convencerla, y sin pensarlo hace los movimientos que le dijimos. Y ya está, arriba. Esther, maldiciendo el atrevimiento y sin meditarlo, se lanza y aparece también por encima del resalte. Y ya solo quedábamos Antonio, y yo que cerré este paso.
La siguiente trepada se hizo casi un trámite, y llegamos a la trepada vertical que se nos apareció fácil, pero en la que Ana y Esther, sin mucho dolor, decidieron que no seguirían, lo que en palabras de Calleja sería que habían decidido que ese era su Almanzor (cuando me pongo épico no me aguanto).
Superado ese punto a Antonio y a mi solo nos quedaba dar la vuelta a las peñas de la cima, lo que hicimos rápido para adelantarnos a una cordada que ascendía por una vía de escalada a nuestra derecha. En la Cima nos encontramos a dos montañeros que enseguida nos dejaron sitio. Un saludo, un abrazo, dos fotos de cima, dos de paisaje y cambio de plan: pa’bajo.






La bajada
Un salto, un destrepe, el culillo al aire mirando al refugio y a los destrepes en los que nos esperaban nuestras enemigas. El descenso se hizo sin más problemas que un “socorro. Soy tonta por subir. Me quedo a vivir aquí” de Ana.
Unas cuantas rocas después estábamos junto a Amelia, Manuel y Mario, que estaban esperándonos en un balcón con vistas al Cuerno, muy transitado y romántico esa tarde.
Somos unos mierdas, -dijo alguien-.

Eran las 16:00 y nos pareció a casi todos buena idea comer el bocadillo. El Funambulista, cautivado por el sobrecogedor paisaje, había perdido el apetito inmerso en el laberinto de lugares en los que poner a prueba el don que posee para desafiar el vacío.

Sin pausa emprendemos el descenso, con cuidadito, pero sin pausa. El culillo se hace protagonista, ayudando a bajar el centro de gravedad, percibiendo las irregularidades de la roca de un modo especial mientras lo deslizamos montaña abajo. El grupo sigue mudo, cada uno busca su ritmo, su técnica.
Poco a poco se van recorriendo las interminables pedreras. Poco a poco nos vamos volviendo habladores. Poco a poco perdemos la tensión que el lugar nos provoca.





Ya en la portilla Bermeja vuelven los chistes, las conversaciones socarronas. Mario recupera el apetito. Ana se lamenta por no estar el refugio ya allí. Nos cruzamos con tres montañeros que nos interrogan sobre la ruta y dicen algo de que han de subir a toda costa. Algo que para la hora que es resulta arriesgado. Llegarán justo al atardecer, que será inolvidable, como seguramente lo será también el descenso.

Los últimos metros los descendemos cansadamente, pensando en reencontrarnos con AnaV y Vanesa.
Nos hemos comido una de las dos horas de colchón por si había retrasos.





El refugio está lleno, con montañeros en la puerta. La pradera de la laguna aparece rodeada de tiendas. Todo muy animado. Vamos llegando todos y de la orilla de la laguna vienen nuestras amigas, alegrándonos en el reencuentro.
Tras unas cervecitas y algunas fotos conmemorativas entramos a cenar y a prepararnos para pasar la noche, que no para dormir, en la habitación “Hermanitos”. Esta, con un tercio de superficie logra el mismo aforo que las otras. Es toda una proeza auparse a la litera superior y no dar con el culo en el techo.










La salida
Por la mañana amanece un día feo, con nubes bajas que impiden ver los picos y un viento racheado muy fuerte. Tras un desayuno somnoliento vemos que la cota de nubes baja. Mal presagio. No parece buena idea hacer el Morezón, aunque ya había sido descartado tras las airadas amenazas que Mario me profirió al recobrar el habla en el día anterior. También dijo. dedo en alto, algo así como …”yo no quiero que nada me sobrecoja, sólo quiero que me guste", refiriéndose a mi descripción de las Canales Oscuras.




Con un poco de prisa hacemos las mochilas, me despido de Oscar, el guarda del refugio, y emprendemos la cansina subida de los Barrerones. Cada mirada atrás muestra un panorama más amenazador. Nos cruzamos con montañeros que traen el ceño fruncido. Se han puesto toda la ropa que llevaban en la mochila. Parece que por arriba algo de viento hay.

Ya en la Fuente de los Barrerones empiezan las primeras gotas y nos pasan por encima deshilachadas nubes que el viento arrastra. A lo lejos, en los valles, el arcoíris que marca lluvia.
Alcanzamos la Fuente de los Cavadores y comienza llover tímidamente. Ana me comenta lo cansada que está y los pasos torpes que está dando torciéndose los tobillos. Arrecia la lluvia, y en esto que sobre nuestras cabezas tenemos un relámpago que ilumina las piedras. Sin mucha espera, trueno amenazante. Me vuelvo y Ana está a 20m de ladera abajo, moviéndose con notable agilidad.

El viento nos hace difícil movernos coordinadamente y el granizo nos azota el cuerpo con severidad. Pica. Estamos a una hora del coche y notamos como las botas se llenan con el agua que baja por nuestras piernas. Un infierno que no cesa hasta cruzar el puente del Prado de las Pozas.
Sentado en una roca paro a vaciar las botas de agua.
Menudo año, -me digo para mis adentros-. Otra tormenta. El
Trasgu y yo parecemos cazadores de mal tiempo.

Llegamos dispersos a la Plataforma, tiritando de frío y azotados por el viento que no nos deja tranquilos. Vuelve a llover, y yo solo deseo entrar en la tercera fase del plan.








El chuletón.
Para escaparnos de la zona Mario propone bajar a la Venta del Obispo, donde podremos lamernos las heridas y pensar en donde pillar el chuletón. La idea es de lo mejorcito, y la única. Nos ponemos lo que encontramos en los coches. A 10ºC y con fuerte viento no es bueno estar mojados.

Salimos con la calefacción puesta y llegamos con alivio a la venta. Nos saludamos según salimos de los coches y vemos como todos nos hemos puesto ropa prestada o la que tenemos vieja en el maletero, excepto Mario que se ha beneficiado de la chaqueta de punto que su madre olvidó en el asiento de atrás. Resulta una estética arriesgada, pero parece que algo abriga, por lo que se da por buena a pesar de las descontroladas risas que provoca. Yo, como buen amigo, he fingido creerle y aceptar que esa rebequita rosa con botones brillantes era de su madre.

Al final, no mejorando el tiempo, aparece un poco de lucidez y recapacitamos en que en la venta hay unos chuletones de tamaño familiar, por lo que decidimos preguntar si es posible dar de comer a 9 personas, lo que ocasiona la risa del camarero. Y antes de que nos diéramos cuenta teníamos unas piezas enormes en nuestros platos, lo que era todo un éxito en nuestro verdadero reto, el de hacer hambre.




Buscasombras 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario