“¡¡Oh Dioses!! ¡De qué modo culpan los mortales a los
númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes
se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino.”
Homero, La Odisea.
24 de marzo de 2016.
Tened cuidado con lo que pedís, no vaya a ser que os sea
concedido, dice uno de los viejos y sabios proverbios del conocer castellano.
Pedro y el que aquí suscribe llevábamos tiempo pidiendo un
gran día de montaña, con mucha nieve y se nos concedió, se nos concedió en
abundancia.
Si querías un día con buen tiempo, te vas a hartar, si
querías un buen corredor, te vas a hartar, si querías algo exigente, te vas a
hartar, si querías nieve… no sabes bien¡¡ hasta cuanto te puedes hartar!! ¡¡Ay!! aquellos, aquellos intrépidos montañeros que con
juventud llena de ilusión se echan al monte sin importarles.
Como siempre… no aclaramos hasta ese mismo día donde
invertiríamos nuestro esfuerzo… en esta ocasión después de considerar distintas
opciones nos dirigimos al Montihuero, a su cara occidental. Pedro ya tenía
hecho uno de sus corredores, yo le tenía ganas, a él no le importaba repetir…
la decisión estaba tomada.
(foto de otra fecha)
Nos sorprende lo agradable del día, temperatura ideal, cielo
despejado… nos había tocado la lotería, cada vez es más difícil encontrar un
día así. Después del “duro” atravesado hoy habíamos acertado.
El trayecto de ida, desde Torre de Babia a la Laguna de las Verdes
discurre de forma distendida, disfrutando del agradable entorno en distendida
charleta, tonificando el cuerpo, todavía en recuperación de los excesos de la
noche anterior. En el camino, tras repetidos cruces con ellos y encuentro, ya
en preparación de la actividad a acometer, en la laguna conocemos a otros dos
de esos intrépidos montañeros dispuestos a acometer grandes hazañas en sus
vidas. Compartiríamos senda y cima con ellos.
Es algo formidable que vio la vieja raza, tras finalizar
preparativos en la laguna, robusto piolet al hombro, salvaje y aguerrido, con
casco sobre sus cabellos, su pecho por coraza, uno tras otro, nuestros
intrépidos montañeros emprenden su camino, hito erguido, senda fría y siempre
piolet empuñado por cada titán.
Nos sorprende la calidad inicial del manto nivoso,
espectacular, da gusto clavar pincho, no podía estar mejor. Apenas mediado el
corredor inicial, cual si descendieran de los Hades, empiezan a aparecer las
primeras complicaciones. Inicialmente bien salvadas, gestionamos tramos de
textura desprendida, donde las bondades iniciales se iban perdiendo, aún con
tono optimista.
Llegando al hombro, rodeando la Espadaña, asomando nuestra
mirada a la vertiente contraria, uno de los pasos claves del día debemos
gestionar. Una corta travesía, con buenas “vistas” al valle, en mixto pelao.
Los amigos previamente conocidos, quienes nos habían precedido en tan maña
gesta de alcanzar este punto, nos permiten aprovechar sus seguros. Muy
agradecidos aceptamos la ofrenda, no será necesario realizar dos veces la misma
función.
De esta forma, sin dificultad desmedida emprendemos nuestro
tramo final a la cima. Éste se convierte en un camino “sucio”, en el que
debemos sortear todo tipo de obstáculos, peñones que saltar, mixto nieve roca
que gestionar, un último tramo, previo a la cima objetivo del día, donde clavar
el piolet se convierte en tarea ingente, que no deja de ser agradecida por los
presentes más allá del calentón de piernas final.
Allí en la cima se procede al reencuentro final con nuestros
compañeros, devolución del material recuperado tras su generosa ofrenda, breves
comentarios de la empresa acometida para acabar con cordial despedida y
esperanza de vernos en otra… al menos tan buena como esta.
Como conversación final se trata el camino de retorno…
volver a canalón o rodear los montes aledaños hasta alcanzar el origen.
Más allá de nuestras recomendaciones, viendo que era buena
hora, que todavía nos quedaba tiempo para un relajante paseo por aquellas
laderas y admirar un poco más el entorno, los personajes de esta narrativa
decidimos tomar el segundo de los caminos. ¡¡Craso error!!
¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejanas tierras
cuando me exhortas a temer a los dioses y a guardarme de su cólera: que tales intrépidos
montañeros no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los bienaventurados
númenes, porque aun les ganan en ser poderosos.
Tras sernos permitido meternos en la boca del lobo, dejarnos
ir hasta allí donde uno deja de considerar la vuelta atrás, donde te tienes que
comer el mojón si o si, sin posibilidad de renunciar, a mitad del retorno se
nos va complicando el asunto: el dios astro va haciendo su labor, el día avanza
inexorablemente, parece que la calidad de la nieve va empeorando, el piorno por
debajo del manto invernal también colabora.
Nuestras piernas se van hundiendo en la nieve. Inicialmente
no deja de ser una anécdota, pero aquello no acaba, las dudas empiezan a nacer,
la soledad del monte, salvo nuestros amigos imaginarios y alguna que otra
huella varios días hollada, nadie osa transitar aquel desierto.
Paso tras paso, esfuerzo tras esfuerzo, el calor de una
sartén tras otra, va minando nuestra moral. No pierdo de vista el GPS … hora y
media, un kilometro, quedan más de dos para el pueblo, “¡¡Pericu!! ¿Qué hora
es?” … “Las cuatro y media” … “jooooder … o nos damos prisa o se nos hace de noche aquí”. Duro castigo el infringido
a los allí presentes. ¡¡Qué infierno!!
No queda otra, paso tras paso, furaco tras furaco, saca la
pierna como puedas y vuelve a pisar, que te volverás a hundir hasta las trancas
y … reza porque detrás de aquella ladera no haya otra y encontremos de una vez
el ansiado sendero. Uno vuelve su mirada hacia el interior, se olvida de lo que
le rodea y… pa’lante!! Cúmpleme la promesa que me hiciste de mandarme a mi
casa. Ya mi ánimo me incita a no cejar en el empeño y también el de mi
compañero, quienes apurando su corazón, solo espera cachopo que degustar en el
calor del hogar.
Aquello se hace eterno… no tiene fin cruzamos loma, rodeamos
vaguada, no perdemos la esperanza que esa sea la última… ¡Oh alumno de Zeus! No
me lleves allá, mal de mi grado; déjame aquí. Huyamos en seguida con los
presentes, que aún nos podremos librar del día cruel.
De esta forma, exhaustos, tras alguna puyada final, ya con
el sol en el horizonte alcanzamos el sendero. Habíamos librado. Hoy no toca
pasar parte de la noche tirados por ahí. Fuimos perdonados.
Solo quedaba… volver a casa y, pa’l mi perico… disfrutar del
cachopo. Nunca un cachopo pudo estar más rico.
Trasgu, marzo’2016.
PD. Entienda el lector el espíritu enardecido del redactor en
la narrativa… quizás fuera para desmesurado, quizás un tanto exagerado, pero refleja
fielmente lo allí vivido entre Perico, Trasgu … y el cachopo????. Tanto Perico,
tanto cachopo… y Perico sin pseudónimo unogradista ;-).
Fotos de ambos participantes.
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