“—¿Tú crees que las flores…?
—¡No, no creo nada! Te he respondido
cualquier cosa para que te calles. Tengo que ocuparme
de cosas serias.”
Antoine de Saint-Exupery, El Principito.
El Ocejón constituye una de esas montañas que siempre están “a
mano” cuando lo que se pretende es un tranquilo día de montaña.
En esta ocasión se trataba de eso… acercar al troll
montañero y bautizar a “Sito” como unogradista. Nada mejor para ambos que “sufrir”
y disfrutar del Ocejón en toda su inmensidad.
De esta forma, superando las tentaciones del amanecer, nos
plantamos en Valverde de los Arroyos. Hacía algunos años que no pisaba por allí…
me encuentro un pueblo cerrado por una barrera como un intente de mantener
fuera las ordas de “invasores” que esperan a lo largo del día. El presagio no
era bueno.
Haciendo alguna trampa alcanzamos el campo de futbol de
donde nace la senda que habremos de seguir durante todo el día. El Ocejón lo
tienes delante todo el día, no tiene perdida… To pa’rriba, sin dejar de subir
en ningún momento. No hacía frío … pero el troll viene bien preparado, esta vez
no le pilla el frío, ¿se acordaría de la última?
Sito nos marca el ritmo, sus orígenes serranos lo tienen
marcado, cual cabra de Ayllón arrastra al Troll por esas cuestas, no le deja
resuello, como mucho le da un plátano para que no deje de andar, el Troll
devuelve con “buenas palabras” el favor prestado.
De esta forma, dejando las Chorreras a un lado, cruzando el
Hervidero, en algunos momentos sobre el Arroyo de Pineda, vamos ganando altura,
de forma cómoda pero acumulando metros en las piernas, los kilos también.
Me llaman la atención los riscos que vamos dejando a nuestra
izquierda de forma constante, luego podría comprobar que hay ruta de subida por
ellos, cuyo nombre conocería como “los Castillares”, el de arriba y el de abajo;
ruta más a la izquierda de las propias Chorreras, por el camino de la Angostura.
Ya tenemos apuntada ruta pendiente para el siguiente acercamiento al Ocejón.
De esta forma mostramos nuestro respeto al Ocejoncillo,
antesala del Ocejón, entre los cuales unas palaciegas escaleras de pizarra
parecen darnos la entrada al santuario que uno puede encontrarse arriba como
consuelo al esfuerzo ofrecido.
Ya en cumbre llegaba el momento del bautismo unogradista a
Sito… bautismo aderezado con todo tipo de viandas que los allí presentes
pudieron agradecer y ofrecer a cualquiera que tuviese a bien acercarse. Eso si…
no hay comida familiar que no se precie de la gran disquisición filosófica. La
nuestra no iba a ser menos: las cabras que nos acompañaban en el momento que
ellas estimaban cambiaban su ubicación todas ellas de forma coordinada; “Troll …
¿por qué se han movido las cabras???” pregunta el Sito con unas ganas de
conocer inusitadas. El Troll, como hombre de ciencia que es, tenía su respuesta
apropiada, respuesta que dejaré a pensamiento del lector como inquietud eterna
de este relato.
Solo nos quedaba bajar, las cervezas estaban en juego, Sito
no quería perderlas. Casi mata al Troll, quien cual monchito, gestiona el
descenso con todos los recursos que la naturaleza puso en él. Nunca un reto
demandó más dedicación y esfuerzo que el allí presenciado.
Como en otras muchas ocasiones solo quedaba celebrar el gran
reto conseguido con las correspondientes y siempre bien valoradas cervecitas,
tras lo cual abandonaríamos la zona, no sin antes degustar alguna pera del
lugar con la que cierta paisana del pueblo tuvo a bien obsequiarnos, con todo
su pesar porque tuviéramos que echar nuestra vida en la gran urbe perdiendo el
disfrute de semejante lugar al hoy presenciado.
En el regreso… no sabía cómo deshacerme de la locuaz y
desaforada conversación que se mantenía en el vehículo…
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