“Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los
libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas,
requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles.”
Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.
Los pequeños aventureros Guamen y Dieguito ya habían vivido
aventuras en grandes montañas, místicos y mágicos lugares … todavía quedaba
algo pendiente, algo que todo niño desea hacer alguna vez en su vida, ir a
buscar el tesoro de los piratas a esa maravillosa isla perdida en mitad del
mar.
En esta ocasión cumpliríamos con esta deuda… la búsqueda del
tesoro escondido estaba en marcha. Había que buscar isla, barco y tesoro. La
aventura estaba en marcha.
Que mejor lugar para buscar el tesoro que las Islas de
Monteagudo y Montefaro, dos de las islas que conforman el archipiélago conocido
como Islas Cíes.
Como en toda aventura que se precie, el miedo es un
componente importante en la misma. En el día previo, como a muchos de nosotros
nos ha ocurrido, ante la tensión que se avecina y el pavor que uno suele tener
a lo desconocido, desata todos los miedos en Guamen… eso de montar en barco,
cuando uno no lo ha hecho nunca, debía ser muy peligroso … imagínese usted que
el barco se hunde, nos atacan los tiburones, incluso algún cocodrilo, y que
pasaría si se nos presentan allí los piratas. No hay cuerpo que pueda soportar
tanta tensión… Guamen pasa una mala tarde, pero al amanecer, la cuestión ya no
tiene remedio estamos delante del barco.
Para poder gestionar algo el riesgo intrínseco a la aventura
que se avecinaba, Trasgu, la locomotora de Castilla y Betty cacerolas los
acompañarán, por si hubiera que echar una mano.
Como primer reto a resolver, el guiar el barco hasta la illa
de Monteagudo, al embarcadoiro do Almacen, se presenta apasionante. Guamen
salva todos sus temores… todos los peligros que nos amenazaban son fácilmente
eludibles, es más, en un día entre la neblina y el frescor matutino, ambos
disfrutan del trayecto, buscando delfines que nos pudieran acompañar o
tiburones contra los que pelear. Mientras, la locomotora y Betty planean por
otro lado como enfrentarse a aquellos que osaron quitarles los asientos en el
puesto de mando.
Los piratas no se atisban, aunque ya llegando al
embarcadoiro, un esbelto y elegante velero desatará las dudas de ambos… ¿serán
esos los piratas? Finalmente, pasando con gran sigilo por sus proximidades
conseguimos esquivarlos, sin que parezcan haberse percatado de nuestra
presencia… Estamos en el embarcadoiro.
Desde aquí, habiendo oteado la isla hollada, además de la
vecina isla de Montefaro unida a la primera por la ensenada do Lago, la
pregunta era evidente … ¿Dónde podría encontrarse el tesoro? La respuesta era
evidente … aquel lugar tendría que tener difícil acceso, estar caracterizado
por algo “característico” (valga la redundancia), una marca importante debía
señalarlo … una mirada alrededor y la respuesta es evidente: ¡¡en el faro!!
El faro, localizado en el Alto de Montefaro, evidentemente,
el punto más elevado de la isla, en lo más recóndito de ella, donde lagos,
bosques y esbeltas paredes de piedra deberían de ser sorteados para alcanzar el
mismo. La empresa no era sencilla, ardúa tarea… Guamen y Dieguito se
enfrentaban a algo muy duro. ¿Podrían superarlo?
De esta forma cruzando el lago, nos adentramos en el
misticismo del bosque, por donde revuelta tras revuelta, se nos irá conduciendo
a la escabrosa piedra de la montaña, siempre con el faro en el horizonte, en el
objetivo. Dura tarea para Guamen y Diego… en la que a pesar de su firme
propósito de llegar al final, aparecen momentos de debilidad, rápidamente
saldados por Trasgu con ese minuto de ayuda que daba lugar a un “ya está… ya he
descansado”. Unos campeones.
De esta forma, poco a poco, admirando cada rincón que se nos
iba descubriendo en cada una de las revueltas, observando algunos de los
polluelos de los auténticos dueños de la isla, llegaremos al primero de los
objetivos, el faro, toda una hazaña.
Idílico lugar desde el que admirar los acantilados fruto de
la lucha entre el mar y la isla. Dado que allí no parece posible encontrar el
tesoro que habíamos venido a buscar, aunque alguna vuelta si le dimos, no nos
queda otra opción que reponer fuerzas con los manjares que “la locomotora” y
“Betty” habían previsto para el momento.
Dieguito hace evidente el refrán de “no hay pan duro sino
falta de hambre”. Hoy no había pan duro, hoy había hambre de sobra.
El retorno es rápido y directo al otro lugar en cualquier
isla donde uno espera encontrar el tesoro … a su playa. Idílico lugar de arena
fina y blanca donde Guamen, Dieguito y Trasgu no pierden la oportunidad de
dejarse llevar por el placer de disfrutar de ese reconfortante baño … en
oposición a la locomotora y Betty, que son abducidas por el astro Sol y los
brazos de Morfeo.
Solo nos quedaba el regreso en el mismo barco que vinimos y
disfrutar del grato retorno, dejando la isla creyendo no haber encontrado
el buscado tesoro… ¿o no? Quizás nos llevábamos el auténtico tesoro.
Trasgu, 2014