11 de marzo de 2012.
“Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha.
En esta ocasión los Rickys … el Senior, otro memorable retorno de uno que fue uno-gradista años ha, y el Junior, a quien damos la más clamorosa bienvenida como nuevo uno-gradista (esto si que es cantera) … , Buscasombras y Trasgu decidimos “perdernos” un poco por la Pedriza.
Como suele ser habitual, no había destino fijo, el transcurrir del día iría marcando el devenir de los acontecimientos.
Rompiendo la norma habitual, esta vez no seré yo el narrador de lo allí contemplado. Dejadme que transcriba lo que otros escribieron, difícilmente lo podría hacer mejor.
[http://lapedrizamadrid.wordpress.com/2010/11/22/ruta-cancho-de-los-muertos/]
El Cancho de los Muertos (1.292 m) o también llamado Cancho del Camposanto es uno de los escenarios más legendarios de La Pedriza (Madrid) y el lugar donde los bandoleros en el siglo XIX ejecutaban a sus víctimas. Como otras zonas de La Pedriza, el cancho tiene su propia leyenda que trata de la historia trágica de unos bandoleros muy conocidos en su época y que tenían su refugio en esta zona. Fueron los pastores que habitaban estos montes los que mejor conocían este terreno y los que contaron las historias y leyendas que han llegado hasta nuestros días.
Esta ruta de senderismo es poco frecuentada, algunos tramos de la misma están poco o nada definidos por lo que es fácil llegar a perder el camino, en definitiva, toda una aventura. En algunas zonas por las que pasaremos habrá que reptar, en otras ayudarnos con las manos, pero sin mucha dificultad. En la ruta encontraremos algunos vivacs, siendo la mayor parte antiguos refugios de pastores. En ellos pueden pasar la noche los más atrevidos. Pasaremos junto al Cancho de los Muertos, El Cáliz, el Chozo Kindelán, situado en una de las laderas del Cancho de los Muertos y bastante escondido entre la vegetación.
Esta zona era en su época el “cementerio de los bandidos” y cuya leyenda se sitúa en el siglo XIX. Un pastor criado en La Pedriza llamado Mierlo se encontró con una señorita que vagaba por el lugar. Según ella le cuenta al pastor había sido secuestrada por un bandolero llamado Barrasa que estaba enamorado de ella. Un día el jefe de la banda tuvo que bajar a Manzanares a solucionar unos asuntos. Entonces, dos de los lugartenientes de la banda, a cuyo cargo había dejado a la chica, intentaron abusar de ella pero, antes de consumarse la violación, ambos se enzarzaron en una discusión en la que uno de ellos murió estrangulado por el otro. Al regresar, el jefe de la banda se enteró del suceso e hizo arrojar el cuerpo por el Cancho de los Muertos tras lo que dictó sentencia de muerte al otro por haberle desobedecido. Cuando estaban en el precipicio, antes de caer, logró agarrarse a la pierna de su jefe con lo que cayeron ambos al vacío. El resto de la banda se asustó por lo sucedido y abandonaron a la mujer en La Pedriza. Tras el relato, Mierlo la acompañó a Madrid. Los padres de la joven intentaron recompensarle para que pudiera abandonar su vida rural pero el pastor quiso volver con su vida, con sus cabras. Cuenta la leyenda que años después se le encontró muerto, de forma violenta. Algunos decían que había sido una venganza por parte del grupo de los bandidos pero nada se supo ni de los autores ni de los verdaderos motivos de la muerte del pastor. Cuenta la leyenda que le enterraron bajo una cruz de piedra: La
Cruz del Mierlo que, años después, un montañero encontró. La cruz está situada en el
collado de Valdehalcones, pero esa ruta la haremos en otra ocasión. La leyenda tiene un final más cruel todavía ya que parece ser que la joven también murió despeñada desde el mismo lugar y en su vestido se encontraron una gran cantidad de monedas de oro cosidas al mismo.
Las causas del auge del bandolerismo en España entre los siglos XVIII y XIX fueron, entre otras, las necesidades económicas, la falta de autoridad, la existencia de zonas despobladas y de lugares adecuados donde podían refugiarse, etc. En la provincia de Madrid, La Pedriza sirvió de refugio a estos bandoleros donde escondían sus botines. Con la guerra de la Independencia frente a los franceses aumentó el bandolerismo. Algunos guerrilleros, además de luchar contra los franceses, se dedicaron a robar. Tras la guerra, algunos de estos guerrilleros pasaron a hacerse salteadores de caminos. La imagen del bandolero solía ser la de una persona romántica, pintoresca y hasta honesta pero existieron varios bandoleros en Madrid que pertenecieron a familias de buen nivel económico y cuya imagen era bien diferente. Entre ellos estuvieron Luis Candelas (el bandido de Madrid), Francisco Villena y Pablo Santos.
Pablo Santos era conocido como el “bandido de La Pedriza” ya que el lugar preferido para sus robos era el Collado de la Dehesilla (separa La Pedriza Anterior de la Posterior), desde el cual podía controlar el paso de los carruajes y personas que iban por la carretera de Francia y en el que tenía su refugio, cerca del Cancho Centeno (parte occidental de La Pedriza Posterior). Todas las crónicas y biografías de Pablo Santos coinciden en que se repartió Madrid con Luis Candelas. Para Santos la sierra y para el otro la ciudad y el campo. Se cuenta que Pablo Santos murió a tiros por uno de los su banda, Isidro el de Torrelodones, tras una discusión por el reparto de un botín.
Desde el Cancho de los Muertos a través del collado del Cabrón y el la Romera, con alguna trepadilla que ayuda a entretener el día emprendemos rumbo al Puente de los Pollos, objetivo final para el día de hoy.
[http://elpais.com/diario/1996/11/08/madrid/847455892_850215.html]
Una gran bóveda de granito evoca la batalla legendaria que libraron las fabulosas rocas de la Pedriza
Ojo gigante de hechuras cúbicas es el Puente de los Pollos una tremenda oquedad abierta en el remoto corazón del Circo de la Pedriza posterior. Un vano de más de 15 metros de altura y 40 en su anchura más prolongada que antes que a su fabuloso pasado telúrico, nos envía directamente a gestas de los titanes que aseguran las leyendas crearon estos andurriales.
Hace muchos años, cuando aún no había satélites avizorando a las bañistas que huelgan en naturálibus a la vera del alto Manzanares, el buitre leonado era el único ser de la creación que podía hacerse una idea exacta del aspecto global de la Pedriza (y que conste que con global no nos estamos refiriendo a ningún aspecto parcial de las bañistas). Proyectando su negra sombra sobre el adarve del viejo castillo de Manzanares, el necrófago volante oteaba de un solo vistazo el vecino macizo de la Pedriza anterior, coronado con el Yelmo (1.714 metros), y el más alto y septentrional de la Pedriza posterior, atalayado por sus torres de dos kilómetros de altura. Y separando entrambos, el collado de la Dehesilla, como un tajo dado a mandoble por un gigante en un pronto de justicia satomónica.
Debió de ser en tiempos de los buitres primigenios -valga decir de los pterosaurios- cuando, según la leyenda, las dos Pedrizas se enzarzaron en una guerra geológica por un quítame allá esas peñas. Esculpidas en los canchos han quedado para la posteridad las efigies de los combatientes y sus fabulosas monturas: de parte de la Pedriza anterior estaban (y están) el Centinela, los Caballeros, los Fantasmas, la Tortuga y el Elefantito; en el bando contrario, o sea, la Pedriza posterior, los Guerreros, los Suicidas, la Esfinge, el Pájaro, el Cocodrilo, el Carro del Diablo y hasta un Platillo Volante. Grietas, hendiduras, fallas, diaclasas y fracturas fueron las heridas y son los paisajes después de una batalla que duró millones de años y que, felizmente, terminó en tablas. Y quiere la conseja que, una vez firmada la paz, ambas Pedrizas erigieran un monumento que sellara su amistad para sécala sin fin: es el puente de los Pollos.
Es el puente de los Pollos un vano de 15 metros de luz hora dado en un solo bloque de granito que se alza en la ladera oriental de la cuerda de las Milaneras, en la Pedriza posterior, por encima de los Llanillos y sus muchedumbres de pinos. Apartado de las clásicas rutas pedriceras, su arco inspira el horror de lo que es muy antiguo y nos obliga a sentir la indecible nostalgia de la soledad primitiva. No hay dos hombres que suban el mismo día al puente de los Pollos.
En los manuales de geología se explica que puentes como éste son originados por grandes berruecos que, al fracturarse y desprenderse de la roca madre, dejan un hueco que la erosión acrece y modela. Pero sentado bajo el ojo prehistórico del puente de los Pollos, con todas las formas fabulosas de la Pedriza haciéndole chiribitas en las pupilas y los oídos -¡el Tolmo!, ¡el Pan de Kilo!, ¡peña Sirio!, ¡el Yelmo de Mambrino!-, el excursionista piensa que la leyenda fue anterior a la ciencia, a los satélites, a la vida sin misterio...
Sin otros menesteres, emprendemos el laborioso viaje de retorno a la recompensa bien ganada, objetivo final de todos estos días, para el que realmente uno se plantea subir a ver que hay en el Puente de los Pollos.
Trasgu'2012.