El Cuiá, la máxima altura de los Ancares es una montaña fácil si se hace desde el puerto de Ancares. Sus extraordinarias vistas (cuando se pueden ver) la convierten en una montaña deseable de recorrer.
A sus pies tenemos una encantadora laguna de rigen glaciar y cerca un refugio de piedra con mucho encanto.
La ruta en datos
Desnivel: 530m
Distancia: 8.2km
Agua: En la laguna, y en los cursos de agua de superficie, pero hay vestigios de la existencia de animales que pueden haberla contaminado.
Dificultad: baja. Alguna en la bajada a la laguna.
La ruta
Un día suelto. De esos en los que todo el mundo ha decidido descansar, desaparecer entre las sábanas o en los abrazos de la familia. Un domingo cualquiera.
Es agosto, pero El Bierzo no parece dar tregua. El amarillo-anaranjado sol del amanecer dibuja el contorno de las montañas dando un fuerte contraste con las nubes azul intenso que tapizan con extraordinaria y severa hermosura el cielo del valle del Sil. Es verano, sí; pero en el Bierzo.
Hago la mochila en sigilo, saludo al perro que se vuelve a dormir, y me escapo antes de que el pueblo se levante. Hace frío, 11ºC. El viento me destempla antes de acercarme al coche, que me encuentro con un rocío meón.
Ya en carretera me dejo deleitar por los paisajes que a cada curva voy descubriendo. No hay tráfico y enlazo volante a un lado con volante al otro. Las curvas se suceden sin descanso, con el peligro de coger ritmo y seguirlo cuando la carretera cambie su música.
Embriagado empiezo la subida al puerto de Ancares, y veo que está muy cerrado. Mucha nube de acumulación en la vertiente asturiana.
Bah!, abrirá.
Llego al puerto y la situación no es mejor. Nubes meonas, niebla tupida y viento del norte-noroeste convierten el collado en un sitio inhóspito. Solo hay un coche, con una pareja que se lo piensa y repiensa. Salgo a merodear, a aclimatarme, a replantearme el plan del día.
No está de Dios, pero me pongo a revisar la mochila, a buscar por el maletero todo lo que pueda servirme. Guantes largos de bici, braga fina, una gorra vieja, el forro polar de cuando me iniciaba en la montaña, por botas unas zapatillas de trecking y por comida un pistacho; y de repente llega un coche de la parte asturiana conduce un montañero que cumple con el mismo ritual que yo: me mira, nos saludamos, se lo piensa, monta la mochila, y con un “hasta luego” sale. Y 50m detrás yo. Al Cuiña que íbamos los dos.
No nos vemos, pero sabemos que el otro está ahí. Es uno de esos acuerdos sin palabras que ya he vivido en esos pasos que en invierno uno no quiere hacer solo. Uno de esos grupos que se improvisan sin intercambiar palabras, que son una de esas extrañas consecuencias de nuestro hacer “montaña·.
El Cuiña está siguiendo el cordal en dir S-SW, por lo que el viento nos azota por la derecha. De vez en cuando escucho el ladrar de un gran perro, un ruido de metal, un caminar en la niebla. Una turbulencia abre un hueco y veo una silueta recortada, que sigue ahí.
Llegamos a un pequeño refugio y nos intercambiamos los papeles. Paso a ser el ruido, el jadeo oculto en la niebla, esa silueta esquiva.
La senda está muy marcada y por eso es posible seguirla. No hace mucho frío, pero me estoy mojando por la humedad del viento y la que se ha acumulado previamente en los piornos.
Ocasionalmente abre y aparece un valle lejano, profundo, y soleado!!. Hay opciones todavía, creo.
Un par de cambios de posición se suceden antes de que subiendo al pre-Cuiña empecemos a hablarnos, a conversar, coincidiendo con la visita de unos muflones atrevidos por la falta de visibilidad.
El camino es agradable, pero poco bonito, y llegamos tras una subida herbosa.
Tal y como estaba el día era una pena que creí que se tendría que ver compensada solo por algún túnel entre las nubes que dejaba vislumbrar los valles.
Una pena.
Cuando ya tocaba el descenso me dice Ricardo, así se llamaba mi compañero, que iba a reconocer el lago y un refugio que había por ahí abajo, y le pregunté si le importaba que le acompañase. Era mi primer contacto con la zona y me apetecía recorrer más, pero no tenía preparadas alternativas, así que me pareció un plan excelente. Como luego me confesó, solo y con esa niebla no lo hubiera hecho.
Comenzamos nuestro camino en dir. Sur, recorriendo una rocosa arista con algún que otro jardín. Un poco escalonada.
Como no había opciones el camino no tenía equívocos. To’p’abajo!!!
Las nubes daban un poco de tregua y vemos ya la “pindia” bajada. La primera opción, con hito solitario y precario. Yo dudé de fuera hito, y eso que tengo fama de ser más un Busca-hitos que Buscasombras. Ricardo la desechó rápidamente.
La segunda opción era una chimenea abierta. Bufff, en roca podrida.
La tercera era una canal herbosa y abierta, con piedra suelta en los escalones. No sé como, pero estábamos los dos convencidos de que era el mejor camino.
A los tres metros de descender me doy cuenta de que:
- · Ya estoy mojado al tocar la hierba.
- · Las piedras están todas sueltas.
- · Las piedras están más sueltas que la hierba.
- · La roca está podrida.
- · Las zapatillas Salomon casi se me salen de los pies cuando pretendo cantear.
Un poco de boca seca y pasamos ese trance, para meternos en un canchal de roca rota en lajas que fue todavía más traicionero. Subido a alguna de las lajas baje en trineo unos cuantos metros.
En la mitad aparece la laguna, como un haba. Difícil de distinguir sus dimensiones por la falta de referencias por la niebla.
La alcanzo y disfruto de sus orillas tapizadas de hierba. Sitio bonito.
Arriba, el Cuiña, y justo debajo la senda que salía de la posición del hito incierto y bajaba cómoda a la laguna. Otro día sería.
Estamos por debajo de la capa de nubes, eso da lugar el típico momento de autocomplacencia, tras el que empezamos la errática búsqueda del refugio, alcanzando pasos que no perdieran mucha altura, evitando turberas encharcadas, y siguiendo hitos inexistentes.
Tras recorrer no poca distancia a lo lejos contemplo, camuflado entre toda la roca de la pared del fondo, la forma de cilindro y cono del pintoresco refugio. Un chozo de una pequeña habitación que por su posición debe de dar más de una alegría al que logra cobijarse en él.
Ahora si que tenemos unas extraordinarias vistas, una de ellas del Miravalles, futuro objetivo.
Allí veo los cariñosos generadores de aquellos terribles ladridos en al niebla. Dos mastines del tamaño poni.
Imponentes y noblotes!!.
Buscasombras 2012
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