Es algo formidable que vio la vieja raza:
robusto piolet de hierro al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal montañero, de León, la región,
rutero de los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar un toro, o comerse un lechón.
Pateó, pateó, pateó. Le vio la luz del día,
y vio hito erguido, y vio la senda fría,
y siempre el piolo de hierro a cuestas del titán.
Trepada tras trepada clama, «¡Que pasada!».
Nevó, nevó, nevó. La aurora dijo: «Basta»,
e irguióse la mañana para el gran Uno-gradista.
Adaptación libre de "Caupolicán" de Rubén Darío
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