miércoles, 1 de junio de 2011

Gatillazo en la Cabrera

“La decepción de los sentidos es la verdad de la percepción” (Johannes Evangelista Purkinje)

29 de mayo de 2011.

No estaba de Dios.

Hay veces que las cosas no están de Dios, desde el principio parece decidido que no van a salir. Esta era una de esas veces, uno de esos días, uno de esos días donde podríamos habernos evitado el madrugón… y que a gusto nos hubiéramos quedado.

El objetivo estaba fijado, una ruta que tenía en cabeza desde hace un año, no había duda al respecto: el cordal de la Cabrera. Bonito cordal que todo aquel que pasa por Somosierra ha observado alguna vez, fijando su atención en el murallón que protege al Norte de Madrid de los vientos septentrionales.







Se trata de un bonito cordal, con impresionantes paredes al Sur, acotado en sus extremos por el Pico de la Miel, cual torreón que los escaladores tratan de superar de la mejor manera posible, y Cancho Gordo, testigo impertérrito del hacer de nuestros antepasados.

Cancho Gordo, donde nuestros antepasados del neolítico, edad de bronce e incluso edad de piedra, empezaron a forjar la que sería nuestra historia. Muy cercano al anterior se puede observar el poblado Moro, en el Cerro de la Cabeza, donde se sitúa el castro con el mismo nombre, poblado del siglo IV-V antes de Cristo, probablemente Carpetones o Vacceos. Por último y siguiendo, simplemente, un orden cronológico en nuestra historia, volviendo al Cancho Gordo, en sus pies, protegido por el mismo, si decidimos dejar un poco de nuestro tiempo allí donde tanto se habrá “gastado” podremos admirar una necrópolis visigoda, conocida como la Tumba del Moro, con tumbas y gran cantidad de abalorios infinitamente valorados como bienes terrenales por aquellos que dejaron de pertenecer a este mundo.

A sus pies, en el Valle de los Celtas encontramos la Cabrera, todavía zona residencial y de escapada para los residentes en la capital, antigua zona hortofruticola, probablemente con pequeñas explotaciones de apicultura que probablemente dieron el nombre a su torreón Oriental, el Pico de la Miel.

Muchos atractivos tenía el día, todos ellos acompañados por un día de montaña, de ligeras trepadas, descubriendo cumbres todavía desconocidas para nosotros, admirando paisajes desde allí todavía no observados, y … ¿por qué no? echando la imaginación a volar en algún momento de meditación interior, con el silencio como acompañante.

Cuando las cosas no están de Dios, no están de Dios. Ya para encontrar el punto de salida, tuvimos algún problema más del debido, dejando nuestro vehículo no demasiado cerca del punto de salida. Todavía, el problema no era importante.

Por darle algo de emoción al día, buscaríamos el Pico de la Miel, cumbre por muchos puntos inaccesible, fácilmente alcanzable por su ladera Norte, auténtica muralla por la Sur. Tres rutas de acceso teníamos documentadas: la histórica de Domingo Pliego, ganando desde el Sur las paredes Occidentales, la que discurre por el Callejón Soyermo, en plena cara Sur, con una pequeña ferrata que nos ayudaría a ganar la cumbre y por último, como vía de escape, aquella que rodeando de Sur a Norte el Pico de la Miel, por su cara oriental nos permitiría una cómoda subida por la cara Norte.







Decidimos meternos en la que nos parecía más bonita, el Callejón Soyermo, bonito callejón encajado entre el Pico de la Miel y el Soyermo. Allí deberíamos de disfrutar de los 8-10 escalones finales, “trampa” hecha a la montaña, que nos permitirían salir por arriba.





Esta “trampa” la pagaríamos cara. No había forma de encontrarla. La subida por el callejón entretenida, bonita, en algunos momentos meticulosa, debido a la humedad que convertía las piedras en auténticos gochos engrasados, haciendo imposible cualquier intento de adherencia a las mismas. Llegamos al final del Callejón, cerrado por un bolo imponente allí encajado. Aquí debería estar nuestra “trampilla” de escape, buscamos, intentamos sortear ese obstáculo, no había “trampa” por ningún lado, con la humedad del día, en una zona umbría como aquella, sin material (veníamos de francotiradores), era imposible superar ese “pequeño obstáculo”.





¿nos habríamos equivocado en el camino? Ese fue nuestro error, intentar buscar el camino bueno cuando estábamos en él. A partir de ahí empezó una larga odisea, como un intento de encontrar “nuestra ferrata”, “nuestra trampa”, vamos rodeando el Pico Soyermo por su cara Oriental, a las malas saldríamos a la cara Norte desde donde al menos la cumbre la teníamos garantizada. Craso error.




Lo de buscar hitos (o jitos) y caminos (o senderos) hace tiempo que tengo claro que va más allá de lo físico, adquiriendo una impronta metáfisica que condiciona los resultados. Un jito o un sendero será calificado como tal dependiendo no solo de la persona que lo vea, sino también de la situación que cada uno esté viviendo en su cabeza en ese momento. “¿Vale esto como jito?” “¿es este el sendero?”. Tengo demostrado que uno encuentra tantos jitos o caminos como necesite, solo hay que generar una situación que sea lo suficientemente desesperada como para que aquello que nunca hubiera sido jito o sendero pase a serlo. Siempre es posible llegar a ello.



Esa fue nuestra situación. Bajamos del Callejón Soyermo en un intento de búsqueda de “nuestra trampa”, buscando un sendero que nos llevara a ella, buscando algún jito que pudiera darnos esperanza. Las jaras, zarzas y situación primaveral del entorno nos metieron en “su trampa”. No queríamos perder altura, la montaña nos muestra algo que pudiera ser sendero, con algún jito que tiraba de nosotros, el concepto de sendero se va volviendo más amplio, la situación va siendo más desesperada, todo vale, cualquier resquicio parece un sendero, cualquier risco puede ser la salida, la primavera nos come, nos araña, nos va enmarañando. “Bufff!!, ¡estoy desquiciado!”, no podemos seguir rodeando el Soyermo, aquí no hay ferrata, no podemos llegar a la cara Norte, volvemos para atrás.

El calor empieza a hace meya, es más de de media mañana y estamos en un laberinto de piedras y arbustos, se hace difícil transitar, ya … queremos ver senderos donde nunca los hubo. Volvemos al Callejón, tenía que ser allí. Volvemos a buscar pero no encontramos nada.

Cuando uno se encuentra en situaciones desesperadas se tiene que producir un hecho que te ayude a salir del círculo vicioso en el que te metes. En esta ocasión, un escalador nos indica que alguien había “serrado” la ferrata, nos remite directamente a la ruta de Domingo Pliego, incluso “más bonita” que esta, nos indica de forma muy descriptiva.




Para alcanzar esta ruta, la montaña nos obliga a descender prácticamente a sus pies, son la una del medio día, el sol aprieta, hacía calor, la situación había sido “estresante”, alguno ya sufría los efectos de meter la cabeza entre tanta jara, había que volver subir toda la ladera, esta vez buscando la cara occidental del Pico de la Miel … “buff! Lo dejamos por hoy”, ya no disfrutábamos de la ruta, volveríamos otro día, con ánimos renovados. Hoy no estaba de Dios.

¿qué hacer? ¡¡¡Cervecitas!!! Ánimo recuperado.

Pronto volveremos a por todo lo que nos dejamos en el Cordal de la Cabrera.

Trasgu, 2011.

2 comentarios:

  1. Tiiiiiioooo!!!!!
    No se puede decir mejor:
    “Ese fue nuestro error, intentar buscar el camino bueno cuando estábamos en él”.
    Y la descripción de cómo uno logra encontrar, donde no la hay, la senda que se busca con ilusión. Querer encontrar, y encontrar, donde no hay lo que de verdad se busca.

    El momento queda retratado de forma perfecta. Pero me ha resultado algo para reflexionar. Es casi una descripción del ser humano y de su transcurrir por la vida (una vez más me veo un poco Kantiano)

    S2

    PS. Creo que me he ganado un azucarillo, y que me ha dado mucho el sol y me debo ir a la cama

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  2. Hola chicos.
    ¡¡Qué momentos más desesperantes!!
    Bueno, para animaros, os diré que éstas situaciones, pienso yo, te hacen ser más fuerte. Es decir, "te musculan" tanto fisica como mentalmente. Por lo que volvereis, y ésta vez, a COMEROS ÉSTA RUTA!!!!!
    Un beso.

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