jueves, 5 de septiembre de 2013

Cinco unogradistas y un vivac, en Claveles

La noche.
Me ha parecido escuchar pasos. Pero levantando la cabeza no los percibo. Me duermo.

Creo que ha pasado un rato. El viento hace ondear la parte de los pies de mi saco. A rachas parece cobrar vida con mucha fuerza. Confío la tranquilidad que me da el cielo limpio y raso, a pesar de la alerta de tormentas en el Sistema Central. No quiero vivir otro “Vivac de la Muerte” como aquel del que disfrutamos el Trasgu y yo debajo del Perdido. Me duermo.

Ahora caigo. ¡¡El viento!!. Puede ser el viento el que hace que no oiga las pisadas. Abro los ojos. Saco la cabeza del saco y me incorporo en guardia. No, no hay nadie o, peor, nada. Respiro. Noto como me relajo en el confort del saco y me vuelvo a empezar a dormir esquivando esa maldita piedra a la altura de la cadera. Sin lograrlo del todo me despierto y me pongo de lado. Ahora siento otra piedra. No mejora. Me duermo.

No sé si un vivac con esta roca solitaria y pequeña es buena idea. Muchas cosas a las que atender. Esa maldita piedra. Quizás para el otro lado, me giro. Me duermo.

Al fondo veo como la luna sale sobre Lozoya e ilumina todo su valle al tiempo que apaga las estrellas. El firmamento deja su protagonismo a la silueta de las montañas recortadas contra el cielo: Las Cabezas de Hierro, las lomas del Pandasco, el Pico de los Claveles y Risco de los Pájaros a mi espalda… Me duermo.

En realidad no estoy solo del todo. No a mucha distancia escucho como Larcos repta dentro de su saco como una oruga queriendo recuperar su posición tras escurrirse por la pendiente.
Y es que somos cinco en total;  Fer, nuestra brasileña favorita, Larcos, Berni, Yago y yo. Pero después de mucho buscar no fuimos capaces de localizar un buen sitio para dormir los cinco, por lo que optamos por dispersarnos, y Larcos y yo buscamos cada uno una roca que nos protegiera del viento. La distancia no era mucha, pero suficiente para darte cuenta de que tienes muchos flancos de los que ocuparte. Mira que si viene esa maldita tormenta y nos pilla. Me duermo.



Escucho pisadas. Esta vez sí. Sobresaltado abro los ojos a todo lo que dan y saco la cabeza. Era Larcos haciendo fotos al amanecer. Extraordinario el sol saliendo por el mismo punto que antes ocupaba la luna. Las luces de los pueblos cediendo el paso a las brumas, y estas al rojizo reflejo de los primeros rayos del sol al incidir sobre el granito del macizo de Peñalara. Ya no puedo dormirme, a pesar del sueño. No me lo puedo perder.

Tras los saludos oportunos, las abluciones matutinas típicas y distantes del sitio de acampada, y recomponerme un poco, comienzo a correr de un sitio para otro sacando fotos y disfrutando del momento. Me viene a la memoria ese pasaje escrito por Kafka en La Metamorfosis en que el protagonista, lleno de emoción, se sube por las paredes.











Al poco decidimos despertar a los tres que faltan, y que disfruten también lo suyo. Este momento es muy duro. Es uno de los mejores momentos para estar en el saco.





La mañana y la historia.

La idea de esta actividad la de ir por la clásica ruta de Peñarala Claveles y las lagunas, en el parque natural de Guadarrama, cuyo itinerario ya ha sido objeto de una entrada del blog http://uno-gradistas.blogspot.com.es/2009/11/nocturna-en-claveles-y-penalara.html
A nosotros este día nos quedaba subir por el Cerro de los Pájaros y hacer la arista de Claveles. Parecía que había pasado una eternidad desde que recorriéramos la tarde anterior la llanura de las lagunas glaciares del macizo de Peñalara para hacer una noche cerca de los Pájaros. Para algunos esta era su primera noche al raso, su primer vivac. Una vivencia que en mi experiencia no deja indiferente a nadie.

Habíamos subido con el típico jolgorio cantarín de quien goza emoción y de la energía suficiente de haber dormido en casa. Incluso subía veloz el encargado de portear la mochila retro de Larcos, que se diría vintage en nuestros días.





Tras algún percance entre Fer y una vaca, llegamos a la última laguna con una hora de luz como margen para buscar con tranquilidad algún hueco donde dormir. Pero la zona es esquiva. No hay sitios evidentes. Por ello comenzamos un recorrido browniano de una zona de rocas a otra, hasta que encontramos un sitio posible, pero solo para tres personas. Quizás mejor hacer un reparto 3+1+1, y Larcos y yo decidimos dormir dispersos.









Durante la cena dejé que los encantos del hornillo cautivaran a mis compañeros, que me miraban incrédulos hasta percibir el olor de chorizo hervido. El resto, como es habitual, se desarrolló sin palabras y entre goterones de grasa roja.






Tras la cena mientras Larcos y yo contemplábamos el espectáculo del cielo poblado de estrellas y contábamos satélites y estrellas fugaces, nuestros compañeros pusieron a prueba las baterías de sus cámaras y la fiabilidad de los flashes, inmortalizando cada momento, cada expresión que sus músculos faciales eran capaces de crear, cada ángulo ingenioso que sus articulaciones eran capaces de mantener en un enérgico escorzo constante sobre las rocas.
Ay!. Qué buenas cámaras se hacen hoy en día!.

También dio juego ver quien tenia la luz de frontal más larga, pero eso lo dejamos para otro momento.






Los Claveles y batallas.

Recogemos el lugar del vivac con extraordinaria diligencia. Nada refleja nuestro paso por allí.
Bordeamos la laguna y comenzamos la ascensión mientras se nos despiertan los músculos que ayer no sabíamos que teníamos. El aire es fresco y ayuda. Las luces son todavía muy buenas, y dan unas imágenes con una saturación extraordinaria.





Poco a poco mis formidables compañeros van sufriendo mis batallitas: “Eso es Segovia y la Granja, el agua baja por …”, “aquello es la Mujer Muerta, que cuenta una leyenda ….”, “atrás podéis ver el Puerto del Reventón, y debajo el Carro del Diablo que se dice que una princesa …”. Creo que puedo ser un coñazo, pero no puedo evitar sentirme emocionado cada vez que subo a la montaña. Siempre es  lo mismo y nunca es igual.
Menos mal que Larcos se unió a mí para describir los innumerables sitios por donde habíamos pasado en bici.







Ganamos altura y llegamos a la zona de las trepadas del Claveles tras pasar algún simpático nevero, ¡¡en julio!!.
La mochila vintage va pasando de la espalda Berni a la de Larcos y vuelta. En los sitios mejores tiende a soltarse una cincha, pero la recomponen rápidamente.





Subimos de forma constante, parándonos solo para disfrutar del paisaje; y llegamos a las peñas de Claveles. Larcos tenía recuerdos de la zona tamizados por el tiempo, y no eran tan aéreos. Pero sigue siendo la mejor parte: Un destrepe, la laja con una vira a la mitad. Un destrepe en la zona que hace ventana pa’bajo, una trepada, el saltito sobre el bloque vertical, equilibrio sobre las rocas, el canchal; y ya estamos.










Un poco nos separa de Peñalara a la que llegamos tocando el vértice geodésico fingiendo rutina, y emprendemos descenso por Dos Hermanas mientras aguantan la paliza de escuchar los tubos en los que Trasgu y yo rezongamos en invierno.



Total, una bonita actividad de montaña que espero podamos repetir muchas veces y que haya ganado para la causa nuevos unogradistas.


Buscasombras 2013

3 comentarios:

  1. Hola Jose,magnifica entrada y las vistas estupendas.Un saludo.

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  2. Qué bien sientan los vivacs ....
    Si no hay tormenta.

    Pero qué mal se duerme la primera noche.

    Un abrazo a ambos.

    S2

    Pd. Pensando en el siguiente

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